miércoles, 2 de agosto de 2017

DE NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES


DÍA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES

Historia de la Porciúncula

A 5 km de Asís, Italia, en el valle, se encuentra Santa María de los Ángeles, hermosa basílica construida sobre LA PORCIÚNCULA

La pequeña capilla de la Porciúncula fue donde San Francisco fundó la Orden de los Frailes Menores en el 1209, confiándola a la protección de la Virgen Madre de Cristo, a quien le ha sido dedicada la iglesia.
Recibió de los Benedictinos la capilla para hacerlos centro de su comunidad.

  •       Aquí vivió San Francisco con sus primeros hermanos.


  •          El 28 de marzo de 1211 Clara de Favarone de Offreduccio, recibió aquí el hábito religioso de manos de San Francisco, dando inicio a la Orden de las Hermanas pobres de Santa Clara, (Clarisas).


  •          En el 1216, en una visión, Francisco obtuvo de mismo Jesús la indulgencia conocida como "la indulgencia de al Porciúncula" o "el Perdón de Asís", la cual fue aprobada por el papa Honorio III.


  • ·         Aquí san Francisco reunía cada año a sus frailes en los capítulos (reuniones generales).
  • ·         Aquí murió san Francisco.



Entre las reliquias que se encuentran en Santa María de los Ángeles
- el cordón de San Francisco,
-la estatua del santo con las palomas que siempre allí anidan,
-las rosas sin espinas fruto del milagro cuando el santo se tiró sobre ellas para rechazar una tentación,
- la capilla de las lágrimas donde San Francisco rezaba por la Pasión de Cristo y por los pecadores...


Condiciones para obtener la indulgencia

El Perdón de Asís se puede obtener para uno mismo o por los difuntos. Las condiciones son las prescritas para las indulgencias plenarias.

1) Visita al Santuario con la recitación de un Padrenuestro y un Credo
2) Confesión sacramental y Santa Comunión
3) Rezar según las intenciones del Sumo Pontífice.

-          Los peregrinos pueden obtener la indulgencia todos los días del año. 

INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA  por Luis de Sarasola,  o.f.m.

Para llevar a pronta ejecución la cruzada de Tierra Santa, el más encendido anhelo de su vida y una de las decisiones del Concilio IV de Letrán, Inocencio III emprendió un viaje a la Alta Italia, a fin de arreglar personalmente las contiendas que dividían a las dos potentes ciudades marítimas, Génova y Pisa. Llegó a fines de mayo a Perusa, y aquí sucumbió el 16 de julio de 1216, a los cincuenta y seis años de edad. Eccleston asegura que Francisco se halló presente a la muerte de Inocencio.

Por entonces, 1 de agosto, prima die Kalendarum Augusti, fija fray Benito de Arezzo la concesión de la celebérrima Indulgencia de la Porciúncula. Nos ocupamos más adelante de las controversias sobre la historicidad de este suceso. Por encima de todas las divergencias, dos aspectos esenciales de la cuestión quedan firmemente indiscutidos:

1. ° El gran perdón de las almas se concentra, como en un hogar celeste de misericordia y refugio, en la ermita de Santa María de la Porciúncula, cuna de la Orden Franciscana.

2. ° Todo el amor de San Francisco a sus hermanos los hombres tiembla de emoción y ansias ardorosas en el relato de la concesión de la Indulgencia. Será o no será rigurosamente histórico el relato material; su plenitud de sentido moral y religioso es rigurosamente histórica y exacta. Como ocurre muchas veces, el mito o la leyenda es aquí más significativa y verdadera que la misma historia. He aquí el núcleo del relato:


«Estando el bienaventurado Francisco en Santa María de la Porciúncula, le fue revelado del Señor que se acercase al Sumo Pontífice Honorio III, que entonces se hallaba en Perusa, a fin de impetrar de él la indulgencia para la dicha iglesia de Santa María que había reconstruido. El papa Honorio permaneció en Perusa hasta el 12 de agosto. Levantándose Francisco de mañana, llamó a su compañero fray Masseo de Marignano, se presentó con él al dicho señor Honorio y le dijo:

-- Santo Padre, hace poco reparé para Vos una iglesia en honor de la Virgen, madre de Cristo; suplico a Vuestra Santidad que pongáis allá indulgencia sin ofertas.

Le respondió que convenientemente no podía hacerse esto, pues el que pide indulgencia, menester es que la merezca aportando ayuda:

-- Pero indícame cuántos años quieres y qué indulgencia deseas se ponga allá.

A lo que respondió San Francisco:

-- Santo Padre, plegue a Vuestra Santidad darme no años, sino almas.

Y el señor Papa le dijo:

-- ¿Cómo quieres las almas?

El bienaventurado Francisco respondió:

-- Santo Padre, si a Vuestra Santidad le agrada, quiero que cualquiera que venga a esta iglesia confesado y contrito y absuelto como conviene por el sacerdote, quede libre de pena y de culpa en el cielo y en la tierra desde el día del bautismo hasta el día y la hora que entró en esta dicha iglesia.

El señor Papa le respondió:

-- Mucho pides, Francisco, pues no es costumbre de la Curia romana conceder tal indulgencia.

El bienaventurado Francisco le replicó:

-- Señor, no lo pido de mí; lo pido de parte del que me envió, el Señor Jesucristo.

Entonces el señor Papa exclamó tres veces:

-- Pláceme que la tengas.

Los señores cardenales que estaban presentes respondieron:

-- Mirad, señor, que si a éste le concedéis tal indulgencia, destruís la indulgencia de Ultramar, y se reduce a la nada y por nada será tenida la indulgencia de los apóstoles Pedro y Pablo.

Respondió el señor Papa:

-- La hemos dado y concedido, y no es conveniente revocar lo hecho. Pero la modificaremos fijándola en un solo día natural.

Llamó entonces a San Francisco y le dijo:

-- ¡Ea!, concedemos desde ahora que cualquiera que viniere y entrare en dicha iglesia bien confesado y contrito, quede absuelto de pena y de culpa, y queremos que esto sea valedero perpetuamente todos los años, solamente por un día natural, desde las primeras vísperas del día hasta las vísperas del día siguiente.

Entonces Francisco, después de inclinar con reverencia la cabeza, comenzó a salir del palacio. Viendo el Papa que se iba, le llamó y le dijo:

-- O simplicione! ¿Adónde vas? ¿Qué garantías llevas tú de la indulgencia?

Y el bienaventurado Francisco respondió:

-- Me basta vuestra palabra. Si es obra de Dios, Él mismo la manifestará. No quiero otro instrumento, sino que la bienaventurada Virgen María sea la carta, Cristo el notario y testigos los ángeles.

Él tornó de Perusa hacia Asís, y llegando a medio camino, al lugar que se llama Collestrada, donde había hospital de leprosos, descansando un poco con su compañero, se durmió. Despertóse, y después de la oración llamó al compañero y le dijo:


-- Fray Masseo, dígote de parte de Dios que la indulgencia que me ha concedido el sumo Pontífice ha sido confirmada en los cielos» (Diploma del obispo Teobaldo).









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