martes, 29 de agosto de 2017

DE LA LEY DE LA LETRA A LA LEY DEL ESPÍRITU

¿Qué es la ley?

<< Según la sagrada Escritura la ley es una regla de conducta proclamada por la autoridad competente para el bien común (S. Tomas de Aquino); y toda ley tiene en la ley eterna (Cristo) su verdad primera y última. La ley es declarada y establecida por la razón como una participación en la providencia del Dios Vivo, Creador y Redentor de todos. Una instrucción Paternal de Dios que prescribe al hombre los caminos que llevan a la bienaventuranza prometida y proscribe los caminos del mal.

La ley moral natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira. Ésta ley está inscrita y grabada en el alma de todos y cada uno de los hombres.

La ley divina natural, muestra al hombre el camino que debe seguir para practicar el bien y alcanzar  su fin y  la ley natural no es otra cosa que la luz de la inteligencia puesta en nosotros por Dios, tiene por raíz la aspiración y la sumisión a Dios. Expresa la dignidad de la persona y determina la base de sus derechos y sus deberes fundamentales. A pesar de la diversidad de culturas, la ley natural permanece como una norma que une entre sí a las personas y les impone, por encima de las diferencias inevitables principios comunes.

Esta ley natural, obra maravillosa del Creador, proporciona los fundamentos sólidos sobre los que el hombre puede construir el edificio de las normas morales que guíen sus decisiones. Establece también la base moral indispensable para la edificación de la comunidad de los  hombres. Finalmente proporciona la base necesaria a la ley civil que se adhiere a ella, bien mediante una reflexión que extrae las conclusiones de sus principios, bien mediante adiciones de naturaleza positiva y jurídica. Pero esta ley natural no es percibido por todos  de una manera clara e inmediata, de ahí que son necesarias la gracia y la revelación divina al hombre pecador para que las verdades religiosas y morales puedan ser reconocidas de todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin mezcla de error>>.

Hoy el clamor y el grito doloroso de tantos hermanos y hermanas nuestras nos llaman a interrogarnos sobre una ética deshumanizante que va creciendo, adquiriendo y tomando terreno en nuestros corazones. Una ética pobre, moralmente mala, “destructurada”. El ser humano ha dejado de lado el verdadero bien de la persona humana. Da la sensación de que vamos perdiendo el camino, el verdadero sentido de nuestras vidas, la dignidad humana, la libertad humana. No una libertad que aproveche nuestra carne sino la verdadera libertad que nos dignifica, que nos hace verdaderos hijos y herederos en el Hijo. Nos hemos olvidado que el otro tiene los mismos derechos que yo, y mientras más lejos nos marchamos de Dios, nuestro centro y fundamento, más sufrimiento impetramos a la naturaleza y a la humanidad con una violencia insospechada hasta que un día, perdidas ya las facultades humanas no por vejez sino por ignorancia nos metemos en actos barbáricos.  Basta mirarnos hacia adentro y a nuestro alrededor para descubrir nuestros profundos instintos egoístas, en las que cada día y cada instante entramos consciente o inconsciente;  y nuestro ser espiritual va cojeando mayormente. ¿En qué cabeza cabe arrastrar a personas, indignificarlas, faltarles respeto como personas que son, matarlas y herirlas  sin ningún motivo solo porque uno/ unos  se creen dignos de ello como hemos visto en Barcelona y en tantos otros sitios? ¿Dónde está por lo menos lo mínimo que se puede pedir: la razón humana, el sentido común?

Hermanos y hermanas, estamos en momentos críticos de decir “NO A LA VIOLENCIA”, lo cual supone “NO MÁS VENDA DE ARMAS Y NO MÁS  ACUERDOS QUE FACILITAN Y AUMENTAN LA GUERRA DENTRO O FUERA DE NUESTROS PAÍSES” porque estas mismas armas volverán como otras tantas nuestros países y perjudicaran a muchos hermanos y hermanas nuestras.

Hace poco que hemos visto cómo una pobre mujer religiosa recibía en plena calle de Granada una bofetada ante el grito “por ser monja”. Hay miles y miles de personas a nuestro alrededor que sufren traumáticamente el acoso. Parece que estos actos crueles son el pan de cada día, y no nos da vergüenza que pase tranquilamente a nuestro lado y nos quedemos quietos como si nada estuviera pasando, tal vez con la justificación de no complicarse la vida. Si queremos un mundo humano, justo, digno de vivir, “plenificador” nos toca a cada cual según sus medidas echar mano y si hay que “complicarse la vida” pues complicársela, pero con una Esperanza firme de poner su granito de arena para el bien universal.  Habrá que preguntarnos una y otra vez ¿qué es lo que me empuja a actuar de esta manera buena o no tan buena? Tendríamos que concienciarnos de nuestro obrar y de nuestro ser, de nuestro callar y de nuestro hablar. Y aún más interrogarnos ¿y si yo actúo de esta manera cual pueden ser las actuaciones de los demás? ¿A mí personalmente me gustaría que me hicieran lo mismo, que me miraran lo mismo…? Seguramente sabemos cuándo realizamos el bien y cuando no, solo que somos bastantes ignorantes como para no llegar a sentirlo sobre nuestra propia carne. ¿Cuántas personas sufren por mi culpa, porque he actuado así o asá? ¿Cuánto sufrimiento ahorráramos si verdaderamente nos diéramos cuenta y evitáramos estos tan pequeños detalles? Es momento oportuno hermanos en el Señor pasar de la ley de la letra a la ley del Espíritu que solo función desde el amor, desde la ternura, desde la misericordia. Así habrá un mundo más fraterno y más universal.

Esta publicación la expongo más bien desde un encuentro y un conocimiento muy cercano de nuestra juventud en el siglo veinte uno. ¡Y cuanto me alegraría que  lo leyeran otros tantos! Una de las preguntas dirigidas a ellos era ¿qué es lo que se espera de ellos como personas jóvenes y cuál es su meta y su misión en este mundo que nos toca vivir? Muy abiertos, sencillos y sinceros expusieron sus pareceres. Respuestas de admirar de unos chavales de quince a veinte años. Pero también una inestabilidad y una cierta desconfianza en lo que hoy les podían ayudar a dirigir dignamente sus vidas.

Estamos desgraciadamente ante una sociedad que no quiere saber nada de quien dirige su vida, de DIOS.  Basta con escuchar estos partidos políticos que les estorba una cruz en el cole o un capellán que ayude a nuestros enfermos espiritualmente, una celebración Eucarística en la tele para nuestros mayores y así podía seguir la cola de impedimentos absurdos sin ningún fundamento. No queremos nada que nos interpele y día tras día nos ofrecemos a “vendas fáciles” que nos ofrecen el mundo mencionando algunos la droga, literatura negra, films de horror etc. Desgraciadamente, esto llama la atención de muchos jóvenes de nuestro tiempo y les hace caer en una miseria irremediable. Nos acostumbramos a horrores y nuestra conciencia se llena de toda clase de actuaciones barbáricas. El vacío en el corazón humano intenta acallar la voz divina que nos interpela, que nos interroga. Pero a la vez la vida cristiana sigue  teniendo raíces cada vez más profundas en medio de estos obstáculos. Cada día a nuestro lado hay personas que nos dejan sencillamente un testimonio de vida.

Me cuesta entender esos padres cristianos que siguen justificando la muerte espiritual que dan a sus hijos con esta justificación <<…qué elijan ello si quieren o no bautizarse  cuando sean grandes>>. Para mí es como si cerráramos la comida en la nevera para que el hijo decida comer o no cuando sea grande. Los Padres son y deben ser los primeros maestros e indicadores de sus hijos, son los faros puestos a lo alto bien encendidos para iluminar, un deber primordial  e inalienable. Oye, ¿si no educan a los hijos a una vida justa, a actuar con dignidad, para que puedan adquirir una orden de la voluntad deliberada, para que tengan unos valores dignos de ser, quién lo hará? ¿La sociedad en la que estamos? Por eso unos chavales de poca edad no muy distinta a nuestros jóvenes llegan a convertirse en una desgracia realizando obras trágicas.

Hoy a  mis treinta y tres años, me siento enormemente orgullosa de haber tenido delante de mí  y a mi lado unos padres con muy poco pero muy sabios, que supieron decir “NO” a lo que no era bueno y a felicitarme en lo BUENO, cosa que llevo hasta hoy grabado no solo en mi mente sino en lo más profundo de mi corazón. Me siento grandemente portadora de mucha  suerte por mis padres, que hoy a sus edades mayores les sigo admirando, unos padres que supieron no solo acoger el don de la procreación de sus hijos sino también la educación y la promoción espiritual que todos necesitábamos. ¡Qué más puedo admirar que aquel día bendito en el que me llevaron y me enseñaron la puerta de una Iglesia allí donde he descubierto lo más valioso de mi vida, el sentido de mi vida!  Me alegro también por mis cuatro hermanos que supieron  acoger con un corazón inmenso y sencillo  el tesoro escondido: a Cristo. Hoy son personas dignas de admirar, hombres y mujeres de mucho testimonio. <<Una enseñanza digna y valiosa es siempre una perla preciosamente incomparable  para los hijos>> decía mi madre.

¡Qué mucho puede ser el rol de los padres! Nuestra juventud hoy en día cae en muchas ofertas engañosas por falta de dirección y los padres siguen adquiriendo un protagonismo mayor en aconsejar, ayudar con un acercamiento sincero a los hijos a no caer en tantas trampas aparentemente divertidas, en un continuo desvirtuar de sus valores que constantemente los dejan confusos. Ante una pregunta estos chavales mayormente no recordaban haber tenido que sentarse con sus padres para hablar de corazón a corazón lo que viven, lo que experimentan, sus incertidumbres, sus dudas, sus deseos… Hay que enseñar a nuestros jóvenes que todo no da igual, que merecen una vida y un futuro feliz y plena pero que esta felicidad implica comprometerse. Habrá momentos de negarse a ciertas cosas y momentos de poner mucho hincapié en otras. Enseñarles discernir moralmente “con quien juntarse” porque los equipos también equivocan. ¡Ojo! no digo que marginen sino que sean capaces de discernir y tomar la vida en sus propias manos y también como buenos padres hablarles de Dios que es el que lleva las riendas de nuestras vidas. Que sepan que la sociedad les espera como buenas y formadas personas. Que vivan libre y responsablemente y que sean capaces de defender los que sufren a su lado, que denuncien la injusticia y las cadenas “esclavizantes”, sistemas manipulantes, infrahumanos… que como león rugiente buscan a quien devorar. Es hoy mismo cuanto hay que “desmascarar” tantas apariencias para que el día de mañana disfrutemos de la verdad y la justicia.
Enseñarles para que sepan que son la semilla que sigue brotando y creciendo en medio de un bosque inmenso pero atentos y con los ojos bien abiertos (NO PARA LO MALO, SINO A LO BUENO), con una esperanza firme lograran alcanzar la luz y convertirse en árboles frondosos donde podrá acobijarse otras personas. Que como padres no les preocupe solo sus estudios y conformarse con ello, hay otras cosas básicas, su ser como persona, su dignidad como personas. Hay muchos listos que no lo son tanto porque aquello que saben nunca dio paso al corazón donde reinan los sentimientos. También hay que educar a nuestros sentimientos.

Y pregunto, si no damos este tipo de educación a nuestros hijos, ¿qué podrán dar ellos al día de mañana? Si no les enseñamos a vivir la ley del espíritu y renunciar a vivir la ley de la carne arraigada en el egoísmo esta generación presente será una anilla más que sigue haciendo larga, penosa y fuerte un esquema mundial corrupto y enfermo…muerto.

No me avergüenzo de decir una cosa muy ignorada en la sociedad de hoy <<quien elimina a Dios en su vida camina en la procesión de su propia muerte>> y hoy nos vendría muy bien dirigirnos la pregunta de Jesus a sus discípulos y dejar que  Jesus nos pregunte: ¿Quién soy para ti?
Que Dios nos ilumine a todos para poder discernir lo que es voluntad suya y llevarla a acabo con fidelidad. Pidamos también por todos nuestros jóvenes para que no hagan oídos sordos  a sus padres primeros maestros y que abran su corazón a lo bello, a lo digno, a lo honrado, a lo bueno.

Que Dios nos bendiga a tod@s.

Hna. Catalina Mª Inmaculada



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