miércoles, 26 de julio de 2017

CLARA TRAS LAS HUELLAS DE CRISTO




CLARA TRAS LAS HUELLAS DE CRISTO

Esta santa mujer con una sorprendente y amplia mirada después de que sus familiares no pudieran sacarla del convento S. Pablo de las abadesas, (tanto por la firmeza de Clara que llevaba ya su cabeza rapada como signo de entrega al Señor – un acto tal vez de vergüenza para sus familiares- como también por el derecho de asilo que gozaba este monasterio) brevemente pasó a la comunidad de Santo Ángel de Panzo en las faldas del monte subasio. No debemos sorprendernos de este rapidísimo cambio porque conociendo a Clara no pudo permanecerse en este convento ya que era uno de los más ricos de la comarca y de los más importantes. ¡Clara, es una mujer de su época de una liberación absoluta y sorprendente!

Se unió pues  a ella su hermana más pequeña y primera seguidora en este camino evangélico franciscano Catalina, (futura Santa Inés de asís) después de tan solo dieciséis días de su fuga. Otras muchachas se reuniría y en poco tiempo Francisco las establece en la capilla recibida de los benedictinos, situada fuera de la muralla de asís y recientemente reconstruido por sus propias manos, “la capilla de la profecía de Francisco” (así es como me gusta llamarla). Y de este modo tan sencillo y tan lleno de Dios da comienzo la Orden de Las Hermanas Pobres de Santa Clara, que es más conocida como la segunda Orden Franciscana. Sin regla, sin ninguna estructura jerárquica, sin nada de nada estructural, estas jóvenes empiezan su vida de seguimiento a Cristo. Poco después, Francisco les da una brevísima forma de vida “formula vitae” teniendo así una plena incorporación a la fraternidad franciscana. Desde esa pequeñez estas mujeres alejadas de su pueblo, influyen con su vida de oración << el olor de su perfume llegaba a la ciudad de asís>>.

Clara, belleza divina, ¿con qué medios influyó tu vida y la de tus hermanas sobre este mundo? Allí encerrada en la sobriedad, ¿dónde sacaste tanta fuerza espiritual para mover montañas, para resistir tantas contradicciones tanto eclesiales como de la misma sociedad? Es verdad tu viviste retirada del pueblo, pero tu presencia permanecía palpable en tu ciudad de Asís, tu luz visible y tu eco llegaba hasta los confines del mundo. Tanto fue así que nos dice su bula de canonización <<cuanto más acerbamente ella maceraba el vaso de alabastro de su cuerpo en el estrecho encerramiento de su soledad, tanto más llenaba con el perfume de su santidad toda la casa de Dios, la iglesia>> BulCan 3. ¿Cuáles fueron los secretos de esta mujer que vivió lejos de su pueblo, que abrazó una abnegación que dio mucho que hablar pero a su vez brilló su vida en una admirable grandeza de humanidad irradiando al mundo entero con fulgores luminosos? ¡Una mujer que calla, más su silencio grita a los cuatro vientos!

A saber Clara fue:

ü  Una mujer decidida en su seguimiento a Cristo Pobre y crucificado

Desde  ese conventito, más bien esa capillita de San Damián, percibimos a Clara con una asombrosa firmeza de alcanzar su meta, una meta ya discernida acertadamente y peleará siempre y humildemente para vivir fielmente ésta su opción. En la LCl  14 (Leyenda de santa Clara), encontramos a una mujer firme en su decisión. El papa Gregorio IX intenta persuadir a Clara a que asegurase su monasterio teniendo posesiones para su subsistencia con estas palabras <<…si temes por el voto, Nos te dispensamos del mismo>>, más Clara le contesta sin titubear, y con toda seguridad <<santísimo padre, de ninguna manera quiero jamás ser dispensada del seguimiento de Cristo>>. Ya sabemos a lo que se refería Clara: el seguimiento a Cristo Pobre y crucificado. En otra ocasión este mismo papa prohibió a que los hermanos visitasen a las hermanas, Clara en mucha tristeza y dolida de que las hermanas iban a tener menos el manjar de la doctrina sagrada dijo gimiendo <<¡Que nos quite también a todos los hermanos (refiriéndose a los limosneros) y de inmediato los hizo volver a sus ministros ya que no quería tener limosneros que le procurara el pan del cuerpo, una vez que no iban a tener las hermanas limosneros del pan celestial>> Al enterrar el papa de tal actitud dejó de inmediato tal prohibición bajo la potestad del ministro general.

No podemos pasar por encima su larga lucha por el <<privilegio de la pobreza>>. La vida tomada por Clara y sus hermanas choca con los modelos preexistentes de la vida religiosa con lo cual muchas veces será rodeada de incomprensiones. El Concilio Lateranense prohíbe nuevas formas religiosas al margen de las reglas tradicionales y por ello Clara y sus hermanas serán obligadas a aceptar la Regla Benedictina poco acorde con la pobreza y forma de vida de S. Damián. Por ello, Clara con empeño de salvaguardar su inspiración original, a saber: la fraternidad, la pobreza y minoridad, la contemplación solicita << el privilegio de la pobreza>> es decir, poder vivir sin privilegios, sin posesiones, sin rentas…abandonándose así a la providencia y siguiendo la huella de Cristo Pobre, Aquel que no tuvo ni donde reclinar su cabeza. Soportando tensiones e incomprensiones el 16 de Julio 1228, en la ceremonia de la canonización de Francisco de asís, Clara consigue del papa Gregorio IX, la confirmación del privilegio de la pobreza. Clara queriendo asegurar su opción de vida y la de sus hijas redacta una Regla teniendo como base la Regla de San Francisco de asís y los escritos de éste a las hermanas de San Damián. Esta Regla de Santa Clara fruto de largo proceso y una amplia mirada, escrita con esmero fue aprobada primeramente por el cardenal protector tanto de los hermanos menores como de las hermanas pobres en nombre del papa, el cardenal Rainaldo en septiembre de 1252, casi un año después en agosto de 1253, el papa Inocencio IV visita a nuestra santa en su lecho de muerte, y esta aprovecha la ocasión para pedir el papa la aprobación de la Regla, cosa que fue concedida, recibiendo la Regla aprobada en la víspera de su muerte. Clara lejos de las seguridades mundanas se aferra a la Paternidad de Dios y se abandona a Él totalmente porque Aquel que iluminó su corazón sabrá cómo mantener su fraternidad, el Dios Altísimo hará su vida y la de sus hermanas. Su objetivo desde el principio será seguir en obediencia a este Cristo Siervo y Esposo Pobre. ¡Nada más ni nada menos!

ü  Clara, mujer llena de humanidad

Clara trata de poner un fundamento como es fraternidad reduciendo al mínimo el peso de lo normativo; <<a más calidad de relaciones, menos normas, a menos calidad, mas normas>>. Clara pone el acento de su vida en la entrega, en la creatividad. Una mujer que sabe animar y suscitar vida, y una visión distinta a la de la Regla de Inocencio. A pesar de estar sometida a distintas formas de vivir  lejos de su inspiración original, nunca se da por vencida, ella con toda prudencia vivirá la observancia no como deber ni derecho sino como un continuo discernimiento, la observancia será para ella la docilidad al Espíritu Santo que pretende suscitar siempre un más.

Clara sabe muy bien lo que es darse sin esperar nada a cambio. Lo único que sabe y quiere es: amar sirviendo y servir amando. Dice Celano en el prólogo de la LCl <<Imiten las mujeres a Clara, vestigio de la madre de Dios, nueva guía de las mujeres>>. Clara es una mujer sensible que goza con el que goza y sufre con el que sufre. En su proceso de canonización vemos como muchas gentes acuden a ella cargados de sufrimiento y muchas dificultades, ella los escucha, los anima, los aconseja, los instruye, los toca, les transmite su ternura maternal…los cura.

Es muy conocido que estando Clara enferma (la enfermedad fue compañera de camino de nuestra santa), en 1240, las tropas sarracenas asaltaron a San. Damián. Clara, manda que la conduzcan a la puerta pese a su enfermedad colocándola frente a los asaltadores. Consigo llevaba la caja que guardaba con suma devoción el Cuerpo de Cristo. De inmediato los enemigos se retiraron dejando a salvo el convento de San. Damián. El mismo hecho se repite el año siguiente y así Asís fue asediado, al enterrarse Clara y sus hermanas, se echaron ceniza sobre sus cabezas y acudieron a la oración y así se fue liberada la cuidad de Asís del asedio.

ü  Una mujer que vive la autoridad como servicio, educa y enseña con su ejemplo

No existe ninguna enseñanza mejor que ser ejemplar. Los escritos de Santa Clara nos dan un perfil de una mujer humilde y ejemplar. Clara con suma humildad quiere ser la última y la servidora de todas, es la esclava de las esclavas del Señor. Sabemos que cuando Francisco la pone como guía de las hermanas, ella se resiste rotundamente hasta que éste la obligó. Un cargo que asumiéndolo como esclava de Cristo se convierte en médico y sanadora de muchas almas comenzando con sus hermanas, teniéndolo muy claro: vivir como ejemplo para  la misión que ella transmitía.

El proceso de su canonización, y de la boca de las que convivieron con ella, sabemos cómo atiende a cada cual según sus necesidades, ella tomará los trabajos más difíciles cosa que en aquella época no era común en la vida religiosa. Se levantará a media noche para abrigar a sus hijas, una mujer que supo darse amorosamente en el trabajo. Su gran amor al Señor, inspiraba tanto a sus hijas como a todos cuantos llegaban a aquel monasterio. Con mucho entusiasmo y gozo vivía toda clase de privaciones y penitencia cosa que nunca impuso a sus hijas espirituales. Una mujer humilde que cuidaba hasta el más mínimo detalle que sirviera de ejemplo para sus hijas. Mujer de mucha delicadeza con los débiles, los enfermos. Lava y besa los pies de las hermanas que llegan  cansadas, su gran amor a la pobreza donde alcanzó una perfecta unión con Cristo. Una mujer que enseñó a despegarse de todo lo que perturba la unión con Cristo.

ü  Una mujer radical para el amor,  minoridad y relaciones interpersonales

Clara la pequeña plantita de Francisco así es como se llama ella en otra ocasión, enseña desde la radicalidad del amor a la hermana, al prójimo y la minoridad.  Esta radicalidad sin duda alguna irá codo a codo con la experiencia de Dios Trino y Uno que tanto Francisco como Clara de asís toman como modelo principal y fundamental de la fraternidad.

Aunque Clara es la <<abadesa>> término que adoptó obligada por Francisco, lo ha entendido perfectamente lo del Evangelio <<quien quiera ser el mayor, sea el menor>>. Ella sabe que la convivencia fraterna se basa en la entrega mutua, una entrega que no pide ni espera nada a cambio, que cada uno se afirma dando, pidiendo y viviendo en libertad, fraternidad de servicio mutuo, obediencia mutua, que se define desde relaciones personales. Una visión bastante lejos de la impuesta a ella, a saber, la Regla de Hugolino que pone el acento en la comunión de bienes y al vida común y en donde la relaciones personales no son objetivo de vida comunitaria. También veremos una gran diferencia en cuanto la autoridad que en algunos modelos comunitarios estaba y está organizada en orden a la eficacia, siendo la autoridad la voz de Dios, dando una gran potestad a la autoridad personal o colegial. Para Clara, todos somos hijos e hijas del mismo Padre más allá del servicio, cultura y origen. Tanto así que no hay fraternidad donde la igualdad no es principio, ni fundamento. Para ella la abadesa tendrá el órgano colegial donde tiene que está sometida que será el capítulo conventual.

Paz y bien a tod@s
                                                              Hna. Catalina Mª Inmaculada Ohp


CONTINUARÁ

martes, 25 de julio de 2017

IV CARTA DE CLARA A INÉS DE PRAGA (4CtaCl)



CARTA IV A SANTA INÉS DE PRAGA [4CtaCla]

1A quien es la mitad de su alma y relicario de su amor entrañable y singular, a la ilustre reina, a la esposa del Cordero, el Rey eterno, a doña Inés, su madre carísima e hija suya especial entre todas las demás, 2Clara, indigna servidora de Cristo e sierva inútil de las siervas de Cristo que moran en el monasterio de San Damián de Asís, le desea salud, 3y que cante, con las otras santísimas vírgenes, un cántico nuevo ante el trono de Dios y del Cordero, y que siga al Cordero dondequiera que vaya (cf. Ap 14,3-4).

4¡Oh madre e hija, esposa del Rey de todos los siglos!, aunque no te haya escrito con frecuencia, como tu alma y la mía lo desean y anhelan por igual, no te extrañes, 5ni creas de ninguna manera que el incendio de la caridad hacia ti arde menos suavemente en las entrañas de tu madre. 6Este ha sido el impedimento: la falta de mensajeros y los peligros manifiestos de los caminos. 7Pero ahora, al escribir a tu caridad, me alegro mucho y salto de júbilo contigo en el gozo del Espíritu (cf. 1 Tes 1,6), oh esposa de Cristo, 8porque tú, como la otra virgen santísima, santa Inés, habiendo renunciado a todas las vanidades de este mundo, te has desposado maravillosamente con el Cordero inmaculado (cf. 1 Pe 1,19), que quita los pecados del mundo (cf. Jn 1,29).

9Feliz ciertamente aquella a quien se le concede gozar de este banquete sagrado (cf. Lc 14,15; Ap 19,9), para que se adhiera con todas las fibras del corazón a Aquel 10cuya hermosura admiran sin cesar todos los bienaventurados ejércitos celestiales, 11cuyo afecto conmueve, cuya contemplación reconforta, cuya benignidad sacia, 12cuya suavidad colma, cuya memoria ilumina suavemente, 13a cuyo perfume revivirán los muertos, y cuya visión gloriosa hará bienaventurados a todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial: 14puesto que Él es el esplendor de la eterna gloria (cf. Heb 1,3), el reflejo de la luz eterna y el espejo sin mancha (cf. Sab 7,26). 15Mira atentamente a diario este espejo, oh reina, esposa de Jesucristo, y observa sin cesar en él tu rostro, 16para que así te adornes toda entera, interior y exteriormente, vestida y envuelta de cosas variadas (cf. Sal 44,10), 17adornada igualmente con las flores y vestidos de todas las virtudes, como conviene, oh hija y esposa carísima del supremo Rey. 18Ahora bien, en este espejo resplandece la bienaventurada pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como, con la gracia de Dios, podrás contemplar en todo el espejo.

19Considera, digo, el principio de este espejo, la pobreza de Aquel que es puesto en un pesebre y envuelto en pañales (cf. Lc 2,12). 20¡Oh admirable humildad, oh asombrosa pobreza! 21El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es acostado en un pesebre. 22Y en medio del espejo, considera la humildad, al menos la bienaventurada pobreza, los innumerables trabajos y penalidades que soportó por la redención del género humano. 23Y al final del mismo espejo, contempla la inefable caridad, por la que quiso padecer en el árbol de la cruz y morir en el mismo del género de muerte más ignominioso de todos.

24Por eso, el mismo espejo, puesto en el árbol de la cruz, advertía a los transeúntes lo que se tenía que considerar aquí, diciendo: 25¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor! (Lam 1,12); 26respondamos, digo, a una sola voz, con un solo espíritu, a quien clama y se lamenta con gemidos: ¡Me acordaré en mi memoria, y mi alma se consumirá dentro de mí!(Lam 3,20). 27¡Ojalá, pues, te inflames sin cesar y cada vez más fuertemente en el ardor de esta caridad, oh reina del Rey celestial!

28Además, contemplando sus indecibles delicias, sus riquezas y honores perpetuos, 29y suspirando a causa del deseo y amor extremos de tu corazón, grita: 30¡Llévame en pos de ti, correremos al olor de tus perfumes (Cant 1,3), oh esposo celestial! 31Correré, y no desfalleceré, hasta que me introduzcas en la bodega (cf. Cant 2,4), 32hasta que tu izquierda esté debajo de mi cabeza y tu diestra me abrace felizmente (cf. Cant 2,6), hasta que me beses con el ósculo felicísimo de tu boca (cf. Cant 1,1). 33Puesta en esta contemplación, recuerda a tu pobrecilla madre, 34sabiendo que yo he grabado indeleblemente tu feliz recuerdo en la tablilla de mi corazón (cf. Prov 3,3; 2 Cor 3,3), teniéndote por la más querida de todas.

35¿Qué más? En cuanto al amor que te profeso, que calle la lengua de la carne, digo, y que hable la lengua del espíritu. 36¡Oh hija bendita!, porque la lengua de la carne no podría en absoluto expresar más plenamente el amor que te tengo, ha dicho esto que he escrito de manera semiplena. 37Te ruego que lo recibas con benevolencia y devoción, considerando en estas letras al menos el afecto materno por el que, a diario, ardo de caridad hacia ti y tus hijas, a las cuales encomiéndanos mucho en Cristo a mí y a mis hijas. 38También estas mismas hijas mías, y principalmente la prudentísima virgen Inés, nuestra hermana, se encomiendan en el Señor, cuanto pueden, a ti y a tus hijas.

39Que os vaya bien, carísima hija, a ti y a tus hijas, y hasta el trono de gloria del gran Dios (cf. Tit 2,13), y orad por nosotras.

40Por las presentes recomiendo a tu caridad, en cuanto puedo, a los portadores de esta carta, nuestros carísimos el hermano Amado, querido por Dios y por los hombres (cf. Eclo 45,1), y el hermano Bonagura. Amén.



Esta carta toca los últimos meses de la vida de nuestra santa y se trata de  la mística esponsal de Clara. Clara nos habla de un desbordamiento de amor y exhorta a Inés de Praga a mirarse diariamente en ese espejo contemplando la inefable caridad, a transformarse en la medida en que se mirará del espejo que es Cristo, la imagen a la que diariamente y en todo tiempo hay que conformarse. Clara, una mujer llena de sentimientos, nos asombra de nuevo su intensidad de afecto no solo a Dios sino también a sus hermanas, a su amiga que nunca la ha conocido. Dará Clara a conocer lo difícil que es expresar su amor y su afecto maternal a su amiga a la se dirige con mucha ternura. Al final de la carta Clara, se despide de su amiga a la que cree no poder verla hasta en el trono de la gloria. Hasta el último momento de vida, vemos como Clara ha luchado viviendo siempre en discernimiento, un discernimiento que hará conocer por sus cartas y que la llevará de bien a mejor.
Es tiempo de retomar de nuevo y profundizar los escritos de esta santa mujer que supo vivir apostando al máximo, dándose, entregándose toda entera a Aquel que se entregó por ella.


jueves, 20 de julio de 2017

III CARTA DE SANTA CLARA A INÉS DE PRAGA


CARTA III A SANTA INÉS DE PRAGA [3CtaCl]
1A la hermana Inés, su reverendísima señora en Cristo y la más digna de ser amada de todos los mortales, hermana del ilustre rey de Bohemia, pero ahora hermana y esposa (cf. Mt 12,50; 2 Cor 11,2) del supremo Rey de los cielos, 2Clara, humildísima e indigna esclava de Cristo y sierva de las Damas Pobres, le desea los gozos de la salvación en el autor de la salvación (cf. Heb 2,10) y todo lo mejor que pueda desearse (cf. Flp 4,8-9).

3Reboso de alegría por tu buena salud, por tu estado feliz y por los prósperos acontecimientos con los que entiendo que te mantienes firme en la carrera emprendida para obtener el premio celestial (cf. Flp 3,14), 4y respiro saltando de tanto gozo en el Señor, por cuanto he sabido y compruebo que tú suples maravillosamente lo que falta, tanto en mí como en mis otras hermanas, en la imitación de las huellas de Jesucristo pobre y humilde.

5Verdaderamente puedo alegrarme, y nadie podría privarme de tanta alegría, 6cuando, teniendo ya lo que deseé ardientemente bajo el cielo, veo que tú, sostenida por una admirable prerrogativa de la sabiduría que procede de la boca del mismo Dios, echas por tierra de manera terrible e inopinada las astucias del taimado enemigo, y la soberbia que arruina la naturaleza humana, y la vanidad que vuelve fatuos los corazones humanos, 7y cuando veo que abrazas estrechamente con la humildad, con la fuerza de la fe y con los brazos de la pobreza, el incomparable tesoro escondido en el campo del mundo y de los corazones humanos, con el que se compra a Aquel por quien fueron hechas todas las cosas de la nada (cf. Mt 13,44; Jn 1,3); 8y, para usar con propiedad las palabras del mismo Apóstol, te considero colaboradora del mismo Dios y apoyo de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable (cf. 1 Cor 3,9; Rom 16,3).

9¿Quién, por consiguiente, me dirá que no goce de tantas alegrías admirables? 10Alégrate, pues, también tú siempre en el Señor (Flp 4,4), carísima, 11y que no te envuelva la amargura ni la oscuridad, oh señora amadísima en Cristo, alegría de los ángeles y corona de las hermanas (Flp 4,1); 12fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la gloria (cf. Heb 1,3), 13fija tu corazón en la figura de la divina sustancia (cf. Heb 1,3), y transfórmate toda entera, por la contemplación, en imagen de su divinidad (cf. 2 Cor 3,18), 14para que también tú sientas lo que sienten los amigos cuando gustan la dulzura escondida (cf. Sal 30,20) que el mismo Dios ha reservado desde el principio para quienes lo aman (cf. 1 Cor 2,9). 15Y dejando absolutamente de lado a todos aquellos que, en este mundo falaz e inestable, seducen a sus ciegos amantes, ama totalmente a Aquel que por tu amor se entregó todo entero (cf. Gál 2,20), 16cuya hermosura admiran el sol y la luna, cuyas recompensas y su precio y grandeza no tienen límite (cf. Sal 144,3); 17hablo de aquel Hijo del Altísimo a quien la Virgen dio a luz, y después de cuyo parto permaneció Virgen. 18Adhiérete a su Madre dulcísima, que engendró tal Hijo, a quien los cielos no podían contener (cf. 1 Re 8,27; 2 Cr 2,5), 19y ella, sin embargo, lo acogió en el pequeño claustro de su sagrado útero y lo llevó en su seno de doncella.

20¿Quién no aborrecerá las insidias del enemigo del género humano, el cual, mediante el fausto de glorias momentáneas y falaces, trata de reducir a la nada lo que es mayor que el cielo? 21En efecto, resulta evidente que, por la gracia de Dios, la más digna de las criaturas, el alma del hombre fiel, es mayor que el cielo, 22ya que los cielos y las demás criaturas no pueden contener al Creador (cf. 1 Re 8,27; 2 Cr 2,5), y sola el alma fiel es su morada y su sede (cf. Jn 14,23), y esto solamente por la caridad, de la que carecen los impíos, 23como dice la Verdad: El que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y vendremos a él, y moraremos en él (Jn 14,21.23).

24Por consiguiente, así como la gloriosa Virgen de las vírgenes lo llevó materialmente, 25así también tú, siguiendo sus huellas (1 Pe 2,21), ante todo las de la humildad y pobreza, siempre puedes, sin duda alguna, llevarlo espiritualmente en tu cuerpo casto y virginal, 26conteniendo a Aquel que os contiene a ti y a todas las cosas (cf. Sab 1,7; Col 1,17), poseyendo aquello que, incluso en comparación con las demás posesiones de este mundo, que son pasajeras, poseerás más fuertemente. 27En esto se engañan algunos reyes y reinas del mundo, 28pues aunque su soberbia se eleve hasta el cielo y su cabeza toque las nubes, al fin se reducen, por así decir, a basura (cf. Job 20,6-7).

29Y en cuanto a las cosas que me has pedido que te aclare, 30a saber, cuáles serían las fiestas que tal vez nuestro gloriosísimo padre san Francisco nos aconsejó que celebráramos especialmente con variedad de manjares, como creo que hasta cierto punto has estimado, me ha parecido que tenía que responder a tu caridad. 31Tu prudencia ciertamente se habrá enterado de que, exceptuadas las débiles y las enfermas, para con las cuales nos aconsejó y mandó que tuviéramos toda la discreción posible respecto a cualquier género de alimentos, 32ninguna de nosotras que esté sana y fuerte debería comer sino alimentos cuaresmales sólo, tanto los días feriales como los festivos, ayunando todos los días, 33exceptuados los domingos y el día de la Natividad del Señor, en los cuales deberíamos comer dos veces al día. 34Y también los jueves, en el tiempo ordinario, según la voluntad de cada una, es decir, que la que no quisiera ayunar, no estaría obligada. 35Sin embargo, las que estamos sanas ayunamos todos los días, exceptuados los domingos y el día de Navidad.

36Mas en todo el tiempo de Pascua, como dice el escrito del bienaventurado Francisco, y en las fiestas de santa María y de los santos Apóstoles, no estamos tampoco obligadas a ayunar, a no ser que estas fiestas caigan en viernes; 37y, como queda dicho más arriba, las que estamos sanas y fuertes comemos siempre alimentos cuaresmales.
38Pero como nuestra carne no es de bronce, ni nuestra fortaleza es la de la roca (cf. Job 6,12), 39sino que más bien somos frágiles y propensas a toda debilidad corporal, 40te ruego, carísima, y te pido en el Señor que desistas con sabiduría y discreción de una cierta austeridad indiscreta e imposible en la abstinencia que, según he sabido, tú te habías propuesto, 41para que, viviendo, alabes al Señor (cf. Is 38,19; Eclo 17,27), ofrezcas al Señor tu obsequio racional (cf. Rom 12,1) y tu sacrificio esté siempre condimentado con sal (cf. Lev 2,13; Col 4,6).

42Que te vaya siempre bien en el Señor, como deseo que me vaya bien a mí, y encomiéndanos en tus santas oraciones tanto a mí como a mis hermanas.


Clara <<esclava de Cristo>> como se llama a sí misma nos vuelve a sorprender de nuevo.  Muestra su inmensa alegría al  conocer  el estado  tanto espiritual como físico de Inés que sigue permaneciendo fiel a la opción de vida tomada y, en cuanto Inés y sus hijas siguen las huellas de Cristo. Clara sabedor de cuanto vive con sus hermanas, se hace testigo junto a Inés reconociéndose  e invitando a Inés a ser cooperadora del mismo Dios  y sostenedora de los miembros vacilantes de su cuerpo inefable. Ésta es herman@s la grandeza de nuestra vocación: el seguimiento a Jesús pobre y crucificado - fijando nuestra mente, nuestro corazón  y transformándonos toda entera por la contemplación, en imagen de su divinidad.

El tema del ayuno que en la carta se da a entender que Inés preguntaría algo a la madre santa, también llama la atención. Clara primeramente se sitúa como <<sana y fuerte>> cuando ya la han mandado guardar cama por enfermedad y debilidad desde un largo plazo de quince años. Clara es conocida de haber vivido la penitencia muy duramente, Francisco tendrá que intervenir poniéndola una moderación. Pero también descubrimos su ternura materna, clara suaviza esta practica en los débiles y enfermos. Esta es realmente una mujer sabia, le dice a Inés al final de la carta <<...desista con sabiduría y discreción...>> o sea que valore y haga un sano discernimiento de la practica de penitencia al fin de que viva alabando al Señor.


domingo, 16 de julio de 2017

II CARTA DE SANTA CLARA A INÉS DE PRAGA (2CtaCl)













CARTA II A SANTA INÉS DE PRAGA [2CtaCl]

1A la hija del Rey de reyes, sierva del Señor de señores (cf. Ap 19,16; 1 Tim 6,15), esposa dignísima de Jesucristo y, por eso, reina nobilísima, señora Inés, 2Clara, sierva inútil (cf. Lc 17,10) e indigna de las Damas Pobres, le desea salud y que viva siempre en suma pobreza.

3Doy gracias al espléndido dispensador de la gracia, de quien sabemos que procede toda dádiva óptima y todo don perfecto (cf. Sant 1,17), porque te ha adornado con tantos títulos de virtud y te ha hecho brillar con las insignias de tanta perfección, 4para que, convertida en diligente imitadora del Padre perfecto (cf. Mt 5,48), merezcas llegar a ser perfecta, a fin de que sus ojos no vean en ti nada imperfecto (cf. Sal 138,16).

5Ésta es la perfección por la que el mismo Rey te asociará a sí en el tálamo celestial, donde se asienta glorioso en el solio de estrellas, 6porque, menospreciando las grandezas de un reino terrenal y estimando poco dignas las ofertas de un matrimonio imperial, 7convertida en émula de la santísima pobreza en espíritu de gran humildad y de ardentísima caridad, te has adherido a las huellas (cf. 1 Pe 2,21) de Aquel a quien has merecido unirte en matrimonio.

8Como he sabido que estás colmada de virtudes, renuncio a ser prolija en la expresión y no quiero cargarte de palabras superfluas, 9aunque a ti no te parezca superfluo nada que pueda proporcionarte algún consuelo. 10Sin embargo, porque una sola cosa es necesaria (cf. Lc 10,42), ésta sola te suplico y aconsejo por amor de Aquel a quien te ofreciste como hostia santa y agradable (cf. Rom 12,1): 11que acordándote de tu propósito, como otra Raquel (cf. Gén 29,16), y viendo siempre tu punto de partida, retengas lo que tienes, hagas lo que haces, y no lo dejes (cf. Cant 3,4), 12sino que, con andar apresurado, con paso ligero, sin que tropiecen tus pies, para que tus pasos no recojan siquiera el polvo, 13segura, gozosa y alegre, marcha con prudencia por el camino de la felicidad, 14no creyendo ni consintiendo a nadie que quiera apartarte de este propósito o que te ponga algún obstáculo en el camino (cf. Rom 14,13) para que no cumplas tus votos al Altísimo (cf. Sal 49,14) en aquella perfección a la que te ha llamado el Espíritu del Señor.
15Y en esto, para que recorras con mayor seguridad el camino de los mandamientos del Señor (cf. Sal 118,32), sigue el consejo de nuestro venerable padre, nuestro hermano Elías, ministro general; 16antepónlo a los consejos de los demás y considéralo como más preciado para ti que cualquier otro don. 17Y si alguien te dijera otra cosa o te sugiriera otra cosa, que impida tu perfección o que parezca contraria a la vocación divina, aunque debas venerarlo, no quieras, sin embargo, seguir su consejo, 18sino, virgen pobre, abraza a Cristo pobre.
19Míralo hecho despreciable por ti y síguelo, hecha tú despreciable por Él en este mundo. 20Reina nobilísima, mira atentamente, considera, contempla, deseando imitarlo, a tu Esposo, el más hermoso de los hijos de los hombres (cf. Sal 44,3), que, por tu salvación, se ha hecho el más vil de los hombres, despreciado, golpeado y flagelado de múltiples formas en todo su cuerpo, muriendo en medio de las mismas angustias de la cruz.
21Si sufres con Él, reinarás con Él; si lloras con Él, gozarás con Él; si mueres con Él en la cruz de la tribulación, poseerás con Él las mansiones celestes en el esplendor de los santos (cf. Rom 8, 17; 2 Tim 2,12.11; 1 Cor 12,26; Sal 109,3), 22y tu nombre será inscrito en el libro de la vida (cf. Flp 4,3; Ap 3,5), y será glorioso entre los hombres. 23Por lo cual, participarás para siempre y por los siglos de los siglos, de la gloria del reino celestial a cambio de las cosas terrenas y transitorias, de los bienes eternos a cambio de los perecederos, y vivirás por los siglos de los siglos.
24Que te vaya bien, carísima hermana y señora, por el Señor tu esposo; 25y procura encomendarnos al Señor en tus devotas oraciones, a mí y a mis hermanas, que nos alegramos de los bienes del Señor que Él obra en ti por su gracia (cf. 1 Cor 15,10). 26Recomiéndanos también, y mucho, a tus hermanas.



Clara no se olvida de que la vocación recibida del nobilisímo Rey es gracia dispensado por el Único Rey Eterno. Es aquí pues que no puede sino devolver todo lo que ha recibido al mismo Dios en acción de gracias y no solo eso sino responder a este gran don con fidelidad y generosidad. ¿y cómo teniéndolo tan claro no se iba a compartir con su otro alma, con su amiga tan querida Inés de Praga?

Ella (clara), comparte lo que vive con su amiga; el amor rendido y entregado esponsalmente a Jesucristo en exquisita fidelidad. El Padre de la misericordias es el que comienza esta gran obra en Clara y Él mismo la llevará al buen termino, este y no otra es la grandeza de nuestra vocación, de nuestro seguimiento.

¿Y qué Claro lo tuvo Clara? <<...con andar apresurado, con paso ligero, sin que tropiecen tus pies, para que tus pasos no recojan siquiera el polvo,segura, gozosa y alegre, marcha con prudencia por el camino de la felicidad, no creyendo ni consintiendo a nadie que quiera apartarte de este propósito o que te ponga algún obstáculo en el camino para que no cumplas tus votos al Altísimo en aquella perfección a la que te ha llamado el Espíritu del Señor>>.

sábado, 15 de julio de 2017

I CARTA DE SANTA CLARA A INÉS DE PRAGA


Esta preciosisima carta de Santa Clara a Inés de praga, percibimos la alegría con que Clara alaba a Inés por la opción de virginidad y le hace una cálida exhortación a la pobreza. Es de saber que estas dos almas santas nunca llegaron a conocerse cara a cara sino solamente por cartas.

¿Y quien es Inés de Praga a quien Clara escribe?

Inés, era hija de Premysl Otakar I, rey de Bohemia, y de la reina Constancia, hermana de Andrés I, rey de Hungría, y nació en Praga en el año 1211. Desde la más tierna infancia se encontró en el centro de proyectos matrimoniales que, como era costumbre en la nobleza de aquel tiempo, estaban al servicio de razones políticas. 

A la edad de tres años fue encomendada a los cuidados de la duquesa de Silesia, Santa Eduvigis, que la acogió en el monasterio de las monjas cistercienses de Trzebnica y le enseñó los primeros rudimentos de la fe cristiana. A la edad de seis años la llevaron de nuevo a Praga y la encomendaron a las monjas premonstratenses de Doksany para su instrucción. En 1220, prometida en matrimonio a Enrique VII de Alemania, hijo del emperador Federico II, fracasado por motivos políticos este matrimonio, fue pedida como esposa por Enrique III, rey de Inglaterra; después de nuevo por el primer pretendiente y, por último, hasta por el mismo emperador Federico II, que había enviudado en aquel tiempo.

Pero, en su juventud, Inés fue madurando progresivamente la decisión de permanecer virgen y, para eludir todas estas propuestas de bodas, apeló al Papa, con un procedimiento que revela un carácter muy decidido.

Pues Clara en sus cuatro cartas que iremos exponiendo estará en contacto con esta alma que muestra su mas ardiente deseo de seguir a Cristo al estilo de Clara de asís. Por su parte Clara, como una madre de lo esencial y de la autenticidad, le va escribiendo a Inés animándola, alabándola, exhortándola y alegrando con ella por su opción de vida. En las cuatro cartas percibimos la fidelidad de Clara a la vocación recibida, su autenticidad y su preocupación por centrarse siempre en lo esencial.





CARTA I A SANTA INÉS DE PRAGA [1CtaCl]

1A la venerable y santísima virgen, doña Inés, hija del excelentísimo e ilustrísimo rey de Bohemia, 2Clara, indigna servidora de Jesucristo y sierva inútil (cf. Lc 17,10) de las damas encerradas del monasterio de San Damián, súbdita y sierva suya en todo, se le encomienda de manera absoluta con especial reverencia y le desea que obtenga la gloria de la felicidad eterna.

3Al llegar a mis oídos la honestísima fama de vuestro santo comportamiento religioso y de vuestra vida, que se ha divulgado egregiamente, no sólo hasta mí, sino por casi toda la tierra, me alegro muchísimo en el Señor y salto de gozo (cf. Hab 3,18); 4a causa de eso, no sólo yo personalmente puedo saltar de gozo, sino todos los que sirven y desean servir a Jesucristo. 5Y el motivo de esto es que, cuando vos hubierais podido disfrutar más que nadie de las pompas y honores y dignidades del siglo, desposándoos legítimamente con el ínclito Emperador con gloria excelente, como convenía a vuestra excelencia y a la suya, 6desdeñando todas esas cosas, vos habéis elegido más bien, con entereza de ánimo y con todo el afecto de vuestro corazón, la santísima pobreza y la penuria corporal,7tomando un esposo de más noble linaje, el Señor Jesucristo, que guardará vuestra virginidad siempre inmaculada e ilesa.

8Cuando lo amáis, sois casta; cuando lo tocáis, os volvéis más pura; cuando lo aceptáis, sois virgen. 9Su poder es más fuerte, su generosidad más excelsa, su aspecto más hermoso, su amor más suave y toda su gracia más elegante. 10Ya estáis vos estrechamente abrazada a Aquel que ha ornado vuestro pecho con piedras preciosas y ha colgado de vuestras orejas margaritas inestimables, 11y os ha envuelto toda de perlas brillantes y resplandecientes, y ha puesto sobre vuestra cabeza una corona de oro marcada con el signo de la santidad (cf. Eclo 45,14).

12Por tanto, hermana carísima, o más bien, señora sumamente venerable, porque sois esposa y madre y hermana de mi Señor Jesucristo (cf. 2 Cor 11,2; Mt 12,50), 13tan esplendorosamente distinguida por el estandarte de la virginidad inviolable y de la santísima pobreza, confortaos en el santo servicio comenzado con el deseo ardiente del pobre Crucificado, 14el cual soportó la pasión de la cruz por todos nosotros (cf. Heb 12,2), librándonos del poder del príncipe de las tinieblas (cf. Col 1,13), poder al que estábamos encadenados por la transgresión del primer hombre, y reconciliándonos con Dios Padre (cf. 2 Cor 5,18).
15¡Oh bienaventurada pobreza, que da riquezas eternas a quienes la aman y abrazan! 16¡Oh santa pobreza, que a los que la poseen y desean les es prometido por Dios el reino de los cielos (cf. Mt 5,3), y les son ofrecidas, sin duda alguna, hasta la eterna gloria y la vida bienaventurada! 17¡Oh piadosa pobreza, a la que el Señor Jesucristo se dignó abrazar con preferencia sobre todas las cosas, Él, que regía y rige cielo y tierra, que, además, lo dijo y las cosas fueron hechas (cf. Sal 32,9; 148,5)! 18Pues las zorras, dice Él, tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre, es decir, Cristo, no tiene donde reclinar la cabeza (cf. Mt 8,20), sino que, inclinada la cabeza, entregó el espíritu (cf. Jn 19,30).

19Por consiguiente, si tan grande y tan importante Señor, al venir al seno de la Virgen, quiso aparecer en el mundo, despreciado, indigente y pobre (cf. 2 Cor 8,9), 20para que los hombres, que eran paupérrimos e indigentes, y que sufrían una indigencia extrema de alimento celestial, se hicieran en Él ricos mediante la posesión del reino de los cielos (cf. 2 Cor 8,9), 21saltad de gozo y alegraos muchísimo (cf. Hab 3,18), colmada de inmenso gozo y alegría espiritual, 22porque, por haber preferido vos el desprecio del siglo a los honores, la pobreza a las riquezas temporales, y guardar los tesoros en el cielo antes que en la tierra, 23allá donde ni la herrumbre los corroe, ni los come la polilla, ni los ladrones los desentierran y roban (cf. Mt 6,20), vuestra recompensa es copiosísima en los cielos (cf. Mt 5,12), 24y habéis merecido dignamente ser llamada hermana, esposa y madre del Hijo del Altísimo Padre (cf. 2 Cor 11,2; Mt 12,50) y de la gloriosa Virgen.

25Pues creo firmemente que vos sabíais que el Señor no da ni promete el reino de los cielos sino a los pobres (cf. Mt 5,3), porque cuando se ama una cosa temporal, se pierde el fruto de la caridad; 26que no se puede servir a Dios y al dinero, porque o se ama a uno y se aborrece al otro, o se servirá a uno y se despreciará al otro (cf. Mt 6,24); 27y que un hombre vestido no puede luchar con otro desnudo, porque es más pronto derribado al suelo el que tiene de donde ser asido; y que no se puede permanecer glorioso en el siglo y luego reinar allá con Cristo; 28y que antes podrá pasar un camello por el ojo de una aguja, que subir un rico al reino de los cielos (cf. Mt 19,24). 29Por eso vos os habéis despojado de los vestidos, esto es, de las riquezas temporales, a fin de evitar absolutamente sucumbir en el combate, para que podáis entrar en el reino de los cielos por el camino estrecho y la puerta angosta (cf. Mt 7,13-14). 30Qué negocio tan grande y loable: dejar las cosas temporales por las eternas, merecer las cosas celestiales por las terrenas, recibir el ciento por uno, y poseer la bienaventurada vida eterna (cf. Mt 19,29).

31Por lo cual consideré que, en cuanto puedo, debía suplicar a vuestra excelencia y santidad, con humildes preces, en las entrañas de Cristo (cf. Flp 1,8), que os dignéis confortaros en su santo servicio, 32creciendo de lo bueno a lo mejor, de virtudes en virtudes (cf. Sal 83,8), para que Aquel a quien servís con todo el deseo de vuestra alma, se digne daros con profusión los premios deseados.

33Os ruego también en el Señor, como puedo, que os dignéis encomendarnos en vuestras santísimas oraciones (cf. Rom 15,30), a mí, vuestra servidora, aunque inútil (cf. Lc 17,10), y a las demás hermanas, tan afectas a vos, que moran conmigo en este monasterio, 34para que, con la ayuda de esas oraciones, podamos merecer la misericordia de Jesucristo, y merezcamos igualmente gozar junto con vos de la visión eterna.

35Que os vaya bien en el Señor, y orad por mí.



viernes, 14 de julio de 2017

BENDICIÓN (BenCl)

PAZ Y BIEN A TOD@S;

Con ocasión a la próxima Solemnidad de nuestra hermana y madre Santa Clara de asís, quisiera de todo corazón ir dejándoos sus escritos, para que a través de ellos nos vayamos preparándonos interiormente para profundizar en esta carisma.

BENDICIÓN [BenCl]

1En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
2El Señor os bendiga y os guarde. 3Os muestre su faz y tenga misericordia de vosotras. 4Vuelva su rostro a vosotras y os dé la paz (cf. Núm 6,24-26), a vosotras, hermanas e hijas mías, 5y a todas las otras que han de venir y permanecer en vuestra comunidad, y a todas las demás, tanto presentes como futuras, que perseveren hasta el fin en todos los otros monasterios de Damas Pobres.
6Yo, Clara, sierva de Cristo, plantita de nuestro muy bienaventurado padre san Francisco, hermana y madre vuestra y de las demás hermanas pobres, aunque indigna, 7ruego a nuestro Señor Jesucristo, por su misericordia y por la intercesión de su santísima Madre santa María, y del bienaventurado Miguel arcángel y de todos los santos ángeles de Dios, de nuestro bienaventurado padre Francisco y de todos los santos y santas, 8que el mismo Padre celestial os dé y os confirme ésta su santísima bendición en el cielo y en la tierra (cf. Gén 27,28): 9en la tierra, multiplicándoos en su gracia y en sus virtudes entre sus siervos y siervas en su Iglesia militante; 10y en el cielo, exaltándoos y glorificándoos en la Iglesia triunfante entre sus santos y santas.

11Os bendigo en vida mía y después de mi muerte, como puedo y más de lo que puedo, con todas las bendiciones 12con las que el Padre de las misericordias (cf. 2 Cor 1,3) ha bendecido y bendecirá a sus hijos e hijas en el cielo (cf. Ef 1,3) y en la tierra, 13y con las que el padre y la madre espiritual ha bendecido y bendecirá a sus hijos e hijas espirituales. Amén.
14Sed siempre amantes de Dios y de vuestras almas y de todas vuestras hermanas, 15y sed siempre solícitas en observar lo que habéis prometido al Señor.
16El Señor esté siempre con vosotras (cf. 2 Cor 13,11), y ojalá que vosotras estéis siempre con Él (cf. Jn 12,26; 1 Tes 4,17). Amén.