Sal de la
Tierra y Luz del Mundo.
Después de que Jesús nos diera a
conocer su rostro, el rostro visible del Dios invisible, después de hablarnos
de quien es Él y después de invitarnos a abrir nuestro corazón a lo nuevo, a la
novedad de Dios que es <<el Reino de los cielos>>, nos invita a
participar de ese Reino, << tu que eres sabedor de estas cosas, comparte
tu pan con el hambriento, viste al desnudo, hospeda al sin techo y no vuelvas
la espalda a tu hermano…>> porque el hombre es uno solo del cual
el mismo Cristo en persona es la cabeza.
Damos gracias encarecidamente por
todas esas personas que, por su empeño reúnen, discuten, plantean e intentan
solucionar tantos problemas que asedian el mundo, salvaguardando así la
dignidad humana. También sería bueno preguntarnos ¿por qué cuesta tanto hacer
surgir en nosotros, como la aurora, la luz verdadera? ¿Por qué hoy en día los
problemas humanos como las guerras, la violencia del género, la trata de niños,
el tráfico de armamento y drogas, la corrupción, la crisis migratoria, las
persecuciones…siguen resistiéndose a las soluciones ofrecidas?
De nuevo su palabra, la palabra
verdadera y eficaz vuelve a bombardear nuestros corazones endurecidos <<cuando
compartas y apartes de ti el gesto amenazante, entonces brillará tu luz en las
tinieblas y tanta oscuridad se volverá como la claridad del mediodía>>
Muchas veces hermanos podemos
sentirnos impotente, frágiles y sin fuerza como Pablo en la carta a los
Corintios. Tal vez nos sintamos débiles ante un mundo rápidamente modernizado.
Pero Dios nos pide y nos insiste en nuestra pequeñez a abrir los ojos para
saber descubrir la acción de Dios incluso en aquello que no entendemos por
ahora, porque Dios se reserva el derecho
de actuar como quiere y hace aparecer su Reino bajo cualquier aspecto, más allá
de nuestras secretas aspiraciones de brillo y triunfo. Pablo a su vez supo
actuar con toda certeza convenciendo
aquellas personas por medio del Espíritu Santo y del poder de Dios a fin de que
su fe dependiera del poder de Dios y no de la sabiduría de los hombres.
Lo único que nos pide Jesús es
conocer nuestra misión: <<vosotros sois la sal de la tierra. Pero si
la sal se vuelve sosa con qué la salaran… vosotros sois la luz del mundo… No se
enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el
candelero y que alumbre a todos en la casa. Brille así vuestra luz ante los
hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que
está en los Cielos>>.
¿Qué quiere decir esto hermanos?
Que no estamos llamados a adoctrinar la gente y nada más sino a ser testigos fieles de lo que
predicamos. No podemos ser “sal sosa”… recordad aquello de la tibieza que el
ángel de la iglesia de La odisea decía: << ¡Ojalá fueses frío o caliente!
Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi
boca>>.
Nosotros los cristianos, no
tenemos otra misión que “ser otros cristos” aquí y ahora, y, ser Cristo no es
otra cosa que vivir, insistir, permanecer, clamar y esperar sin desfallecer día
tras día en la verdadera Verdad. La palabra de Dios nos debe de quemar, nos
debe de purificar todo aquello que no sea digno de este Nombre. Así como
desciende la lluvia y no vuelve allá antes de empapar la tierra, de fecundarla
y de hacerla germinar, así debe ser la Palabra de Dios en nuestro corazones.
Hermanos míos, si hoy todavía la
palabra de Dios no nos dice nada, si no nos transforma, si no nos conmueve por
dentro hacia una verdadera conversión, si Cristo, quien se anonada diariamente
en la Eucaristía, no nos interpela, dejándonos cada vez más capaces de sazonar
y de iluminar, entonces estamos perdidos. Porque no valemos más que para ser
tirados por los caminos y pisoteados por los transeúntes. Mas si vamos cultivando pacientemente una
atención descentrada de nuestro yo y dirigida hacia los demás, si va creciendo
nuestra capacidad de apertura, de escucha y respeto ante el misterio de los
otros, iremos siendo más capaces de acoger la Vida que se nos entrega cada día.
La Vida que se quiere mezclar con nosotros, con nuestra fragilidad, nuestra
pequeñez. Sin miedos ni condiciones. Entonces tendremos sabor, podremos
sazonar, iluminaremos y cuantos vean nuestras buenas obras darán gloria a Dios y
aunque aparentemente nos parezca ausente estaremos seguros de que Él, el Dios
misericordioso que da sentido a nuestra vida, permanece en nosotros.
Hermanos y hermanas quisiera
terminar esta reflexión con la palabras de San Juan de Ávila <<Corred
de aquí en adelante vuestra carrera con ligereza, como quien ha echado de sí
una carga pesada que se lo impedía. Fiaos de él, pues tantas razones tenéis
para ello, y lo que escarbáis en vuestras miserias, escarbadlo en su
misericordia, y sacaréis más provecho que de lo primero>>.
Paz y bien a todos y a todas, que Dios nos
bendiga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario