domingo, 29 de enero de 2017

EL RETRATO DE JESÚS, HIJO DE DIOS


EL RETRATO DE JESÚS, HIJO DE DIOS.

<<La explicación de tu palabra es luz que ilumina y proporciona instrucción a los sencillos>>.

El domingo pasado, vimos a Juan arrestado y encarcelado mientras Jesús se retira a Galilea a anunciar la llegada del Reino de Dios, a partir de ahora la salvación definitiva se halla entre nosotros. Jesús igual que Juan el bautista comenzaba anunciando la conversión, esto es,  un cambio en la manera de pensar y de actuar. Jesús mismo mostrará que este cambio  solo se puede producir desde el interior con la intervención del Espíritu Santo. Una nueva enseñanza con una nueva autoridad. Y, hermanos, la locura de Dios comienza nada más ni nada menos que llamando a unos pescadores para que estuvieran con él y para que les hiciera pescadores de hombres. Un desconocido, de unos padres artesanos, que no había frecuentado ninguna escuela rabínica ahora su fama recorre toda la comarca, y gran muchedumbre de gente lo siguen porque les gustan oírle, les sorprende sus enseñanza y su trato con ello.

Ante esta muchedumbre Jesús en este domingo nos habla de su retrato, de su rostro, del rostro de Dios invisible  y cercano, del Dios que habita entre nosotros. En este desconocido ahora conocido se resume toda felicidad, todo amor, toda enseñanza que conduce hacia la plena libertad, hacia la plenitud.  Este desconocido nos da a conocer su retrato es aquel al que paso a paso lo contemplaremos y seguiremos por la misma senda.

Jesús comienza por ese grupo de gente que no es pobre porque no tienen cosas, ni poderes, ni fama, sino porque poseen un corazón que ha sabido abandonarse en Dios. Un corazón que confía plenamente en el buen cuidado de Dios. Un corazón que sabe despojarse totalmente por amor a Cristo y su Reino. Un corazón que no es  amarrado en las cosas de este mundo sino que sabe levantar las manos y los ojos hacia  Aquel que es la única esperanza. Un corazón que se gasta y se desgasta por construir puentes de unión y nunca muros de separación, de división… entre hermanos independientemente de su raza, religión, lengua o color. Este  es el mismo retrato de Dios en la persona de Cristo. Si así tienes el corazón pues bienaventurado tú porque el Reino de los cielos te pertenece.

Bienaventurados o sea felices vosotros hermanos y hermanas que sois mansos. Aquellos le podían  preguntar ¿todavía está vigente la mansedumbre, en un mundo como este, que celebra y aplaude el mal esclavizando cada vez más con la ley? Y Jesús sabedor de todo, pensaría << ¡mi pueblo elegido cuántas veces te he querido cuidar como a mi hijo, como la gallina reúne a sus polluelos debajo de sus alas, mas no quisiste!, pero vosotros que me habéis seguido al oír la Buena Nueva y habéis salido a buscad la mansedumbre, aprended de mí que soy manso y humilde de corazón>> Dichosos vosotros que os consideráis no saberlo todo y habéis salido a buscar la verdad, que el orgullo no ha adormecido vuestro corazón, que la autosuficiencia no os ha dominado con la terquedad. Feliz tú si a pesar de todo tratas, hablas y piensas bien de tu hermano, porque el cielo te pertenece. Cuando tu corazón no está alentado por ser el más fuerte, el más poderoso. En toda su vida terrenal a Jesús lo vemos todo bondadoso, muy paciente, humildad destacable aun siendo Dios y ¿cómo no? un personaje muy tranquilo diciendo lo que tenga que decir con una autoridad nueva.

Enseguida Jesús recorre  con su mirada escrutadora a aquellas mujeres y hombres que lo rodeaban y conociendo todo el sufrimiento que llevaban cargando sobre ellos les dice << Dichosos los que lloráis, porque seis consolados>>  Feliz tú, si no oprimes, si no desprecias, si no maltratas…feliz tu si no haces sufrir al otro, si el otro para ti es uno con igual dignidad, que merece todo como yo y que tiene libertad de desarrollarse como persona digna de ser. Dichosa tu si tienes que llorar porque denuncias la injusticia, por estar a favor del más pequeño, por seguir la senda de Cristo, dichosa tú porque un día tu consuelo vendrá de él. Recorriendo la mirada en la senda de Jesús, nos damos cuenta que no pasó por encima de esos sufrimientos, llegó a sudar gotas de sangre por mantenerse en la voluntad divina.

¿Y la justicia? Dichosa tu si tienes hambre y sed porque por ella  serás saciado. Es como si Jesús dijera aquellos a hombres y mujeres y a todos nosotros, << conoce la novedad de la Buena Noticia que te traigo y quedaras saciado>> ¡Buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia! <<Con esto todo lo demás te sobra>> No sé si tienes una verdadera experiencia de tener hambre y sed, un momento en el que pienses, como no encuentre algo de alimento me muero. Este es un verdadero abismo, te ves desvaneciendo minuto a minuto y todo parece una eternidad. Una experiencia muy dura y desagradable. Pues sí, esto es anhelar, desear fervientemente, intensamente ¿qué? la justicia. Esto es, ser transformado en la imagen de Cristo, la justicia plena, que vale más que el oro, hermanos. Pues dichoso tu si teniendo y poseyendo en ti el Reino de Dios, el Reino que Jesús predica y amarrado a su justicia, lo demás te estorba, te sobra. Feliz tu porque siempre estarás saciado. Porque esta comida eterna permanece para siempre. Jesús en toda su andadura busca, trabaja, anuncia, procura y vive la justicia, basta con mirar a la mujer adúltera, y la incorporación al grupo del separado…

Me atrevería a definir a Dios “el misericordioso”. Dios es misericordia. Nos ofreció nuestra dignidad de hijos y co-herederos a través de su Hijo. Derramó sobre nosotros una lluvia de bendición, de gracia y de plenitud. ¿Deseas aliviar los pesares del hombre? ¿Estas al lado del deficiente, del descreído, del marginado…? ¿Entregas tu vida para liberar, para ablandar corazones endurecidos, para encaminar caritativamente al descarriado, para limpiar las lágrimas del sufrido….? Entonces eres feliz, pues tú mismo ya has alcanzado y alcanzaras esa misericordia. Jesús una y otra vez y se entregó por entero a la persona del hermano. Fue el icono más exacto de la misericordia divina.

Jesús cada vez veía iluminar los rostros de aquella gente sencilla que buscaban la libertad plena. Que quería salir de las ataduras duras y agobiantes de la ley esclavizadora. Aquellas personas querían salir de los apegos mundanos. Dios nunca mira la apariencia humana, sino el corazón, en este lugar donde  nos brota todo deseo que puede ser un mal o un buen deseo. Es un lugar peligroso cuando dejamos entrar intrusos en él, cuando nos lo dejamos contaminar. Si tu corazón es puro, esto es, no es contaminado con deseos mundanos, deseos que pueden esclavizar, deseos que no liberan sino que ponen más cadenas sobre las que ya están,  si tu corazón dice bien, si tu corazón sabe descubrir la vocación humana, el AMOR, entonces feliz tu porque veras a Dios, descubrirás la presencia de Dios en tu quehacer de cada día, en el rostro del hermano. Dios habitará en tu corazón. << Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre>>.

“Cuando de nosotros no nace la disensión, las disputas…”.Jesús seguía diciéndoles. La paz no se logra batallando sino desde el propio corazón. Si tú tienes paz contigo, en tu alma y consigues dominar todo aquello que no la alimenta, entonces podrás inculcarla en un mundo de conflicto. Y feliz tu porque serás llamado hijo de Dios. En el corazón de Jesús palpamos la bienaventuranza de la paz, más que por las palabras la vivió día y noche.

Jesús no cansándose miraría a aquellos hombres y mujeres y les aseguraría, <<la persecución existe y existirá en la historia humana>> Si tú tienes la meta en la vida eterna, eliges vivir la exigencia de la Buena Nueva. Esta exigencia te llevará a denunciar cualquier modo de vivir que indignifica la persona humana, con tu actitud padecerás mucho, pero dichoso tú si te mantienes firme y en la mano, dichosa tu si a pesar de todo, sigues levantando tus ojos al creador porque el Reino del cielo te pertenece. Sé fiel por creer en mí, y sé fiel en mantenerse en esa fe pase lo que pase. Para Jesús no fue nada fácil la persecución, pero soportó hasta el último momento.


Y si te insultan, te persiguen, te calumnien…si todo esto lo vivieras en paz, con sosiego, pacientemente…alégrate porque el Reino de Dios te pertenece. Hermanos recemos y anclemos nuestro corazón en él para cuando lleguen estos momentos que nos comprometen seamos capaces de vivir como él vivió confiado en su Abbá.

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