viernes, 11 de noviembre de 2016

LA ORQUESTA UNIVERSAL


        “Porque tú has creado todas las cosas; y  por tu voluntad lo que no existía fue creado” nos viene a decir el sagrado libro del Apocalipsis.

            -¿Y, porque tanta bondad, todo esto tan ordenado y tan bueno? Porque Él lo quiso, por su libre voluntad. ¿Entonces todo, todo cuanto hay en el mundo creado como es la hiena, el bambú, la maleza, la rosa, los pájaros…? quiero decir ¿todas las cosas, son de Dios?
  -Sí, todo le pertenece y todo nos lo comunica Él, quiso Él que todo participara de su ser, de su bondad, de su sabiduría, de su amor y todo torna a Él en son de alabanza.

            -¡Vaya!, y ¿de dónde sacó tantas cosas? De la nada, si hijos, de la nada. Dios no necesita herramientas para crear porque Él mismo es omnipotencia infinita, solo por su sola Palabra creó todo.

            -Pero, nos dijeron en la escuela dominical, donde en África íbamos cada domingo, que nosotros fuimos moldeado por sus dedos y nos  lo señalaban moviendo los deditos como moldeando el barro.
            -Sí, así es ¿te acuerdas de lo que leímos anoche en el encuentro con tus primos?

            Me quedé muy pensativa,
            Ella dijo: - anda…trae la Biblia que lo veamos de nuevo “yo no sé cómo apareciste en mis entrañas, ni fui yo que os regalé espíritu y vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno. (…) Te ruego hijo, que mires al cielo y a la tierra, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que al partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia2M 7,22-23.28.
Y vio Dios que todo era muy bueno.

       Era sobre las siete de la noche y fui al establo intentando hacer realidad todo lo que había escuchado de mi mamá maestra:

            - “A partir de la nada Dios lo había creado”. Las vacas, los bueyes, las cabritas, los corderitos y el burro, todos me parecían nuevos, no eran los que yo  había dado de comer, tocado y jugado. Parecían distintos. Al lado mío estaba nuestro perro con su hocico fresquito, fuerte y alto, un auténtico guardián que me custodiaba a estas horas en las que la luz iba desapareciendo poquito a poco. El gato tan tranquilo dormía entre mis manitas. Aquello era nuevo, parecía un escenario muy diferente que el de costumbre y después de un ratito mirando y remirando me fui con mis hermanos. Era costumbre de que cuando daban las nueve de la noche, solíamos apagar las luces ya que algunos animales rondaban por los pueblos y les atraían las luces, eran noches de cierto miedo e inseguridad, tanto personales como del poco ganado que la gente tenía. Por eso era menester tener perros que ahuyenten los animales carnívoros si se acercaban a  la vecindad.

     Pero, esta noche para mí no era como otras tantas, yo esperaba oír el barreteo del elefante, el graznido del cuervo, el aullido del lobo o la hiena, el gruñido de la señora gorila o el rugido del león. Los había escuchado, pero ahora les prestaría más atención pensando que todo era un misterio inmenso de Dios al que faltaba por descubrir su belleza. Fue una noche larga, una noche en que pensé en cuantas veces Dios había pasado por mi lado, o se me había comunicado en un simple movimiento de una hoja sin que me diera cuenta de ello.

Claro yo andaba  de prisa, pasaba en medio de tanta belleza pero nunca me había comunicado nada, más bien, me estorbaba una maleza en el camino o la cabra valiendo incluso teniendo de qué comer, (porque entonces dudaba mi madre si les habíamos dado bastante comida). Todo parecía automático, programado en nuestro ser de chiquillos y nos salía sin saberlo, por ejemplo viendo un pajarito posando sobre rama y de pronto recoger una piedrecita para ahuyentarlo. El croar de la rana era un auténtico dolor de cabeza sobre todo cuando estábamos dormidos y el chirrío de grillo ni te cuento. El siseo de la serpiente hacia correr hasta los más fuertes. Los gorriones y las gaviotas no tenían ya sitio para hacerse sus casitas de barro. Los colores del leopardo y la pantera me daban pánico, el halcón  era muy peligroso con los pollitos. Todo un mundo de cierto miedo y peligro. Pero alguna armonía tendría que haber en todos estos animales, los bosques intensos, las aves grandes y pequeñas.

            Habría que descubrir su belleza, esa sabiduría que me dijo mamá, “todo participan de su ser, de su bondad, de su sabiduría, de su amor y todo tornan a Él en son de alabanza”. Si fuera todo tan peligroso, Dios no lo hubiera creado. Además los crió para que disfrutáramos todos de ellos, y es más…para que los cuidáramos, porque eran y siguen siendo sus criaturas.

            ¿Y los ríos, las cascadas, los arroyos, los montes y las valles? ¡Guau, si es una verdadera maravilla!, ¡una sabiduría incomparable e incalculable!, todo tornaba una dulzura, una ternura, todo con su color bello e irrepetible, todo con su singularidad: una autentica obra de arte, nunca jamás pensada por cualquier ser humano. Esto debía de ser una fuerza Omnipotente, una obra hecha y realizada desde el Amor…una obra que nos grita día y noche, que nos comunica a pesar de nuestra sordera e ignorancia, a pesar de nuestro inconsciente.

            En estos pensamientos pasé bastante tiempo pero al final, con los ojos cargados de sueño, la cabeza pesando sobre la almohada y el corazón latiendo, me sentí como un coloso con pies de barro, todo me pesaba y en un instante me quedé como un tronco en la cama.

     Fue un sueño tan profundo pero a la vez muy corto, eran ya sobre las cinco de la mañana. Me desperté como de costumbre pero con un deseo y un compromiso: descubrir la belleza de Dios, su sabiduría, su mensaje en todo lo que pasara durante el día. Al aparecer los primeros rayos de sol, todavía débil, empezaron algunos pájaros madrugadores  a despertar la madre tierra con su soprano piar en los bosques de alrededor. Según se iba clareando el día su sonoridad iba siendo más cálida y más elevada, un viento suavecito lo envolvía todo en un ambiente muy vivo y a la vez apasionado. No tardó mucho para que se juntaran en trinos para cantar a su Creador.

            De no muy lejos, se podía distinguir el tamborileo del pájaro carpintero, parecía un tambor en armonía con la música creciente. La paloma y la tórtola como alegrando y dando la bienvenida a la aurora se oían arrullar y gorjear alternativamente sobre una rama que parecía darle movimiento a sus frágiles cuerpos, todo aquello me sonaba a un mundo nuevo. También se divisaba el castañetear de la cigüeña, unas señoras vestidas de blanco que con su cuello largo parecen ser damas del bosque, en lugares altos, y, sobre arboles altos y frondosos anidan, porque allí se sienten protegidas, sosegadas, serenas y tranquilas y a demás son lugares que favorecen la creación de nuevas especies. De un momento a otro se oía el cloqueo  de las gallinas pisándose unas a otras y luciendo sus múltiples colores. Los gallos como relojeros de la creación estaban ahí alerta para dar a conocer cuando daban las tres de la mañana y las tres de la tarde.

            ¡Que sabiduría la de Dios! El día era distinto, todo era música y armonía pero solo era una mañana, nos quedaba toda una tarde y una noche.

       Para  una familia campesina como la mía era necesario e imprescindible cuidar mucho la huerta, ese día parecía que me atraían más las plantas. Me sentía responsable de todas ellas el maíz, las distintas clases de habichuelas, las batatas, las yucas, los plataneros, los mangos, las papayas, los aguacates, los naranjos, las maracuyás, las clases distintas de verduras y muchas más plantas que cuidábamos porque nos sustentaban y prácticamente vivíamos de esta pequeña huerta. Tanto cariño le tomé a las plantas, de tal manera que ya nunca me quedaba más en casa para realizar otros trabajos, sino que siempre acompañaba a los que iban a la huerta y era tanta la alegría de ver preparar la tierra, de cómo de dos en dos  y con mucho cuidado, íbamos echando las semillas en su agujerito correspondiente, ya que todo era manual.

             El contacto con la tierra parecía darme vida y me hacía recordar aquellas santas palabras “eres polvo y polvo volverás a ser”. Este pensamiento muchas veces me llevó a tomar las riendas de mi vida sabiendo que quien siembra vientos recoge tempestades. Bajo un árbol frondoso pude contemplar el canto de los pájaros y atentamente fui recordando lo que nos decían en la escuela sobre la importancia de los árboles. Primeramente porque nos daban sombra, que nos protege de los rayos directos del sol, que reducen la velocidad del viento, que reducen contaminación del aire, que forman nichos a la fauna, hacen la vida más alegre con solo admirar su belleza, pero también con un resignación de ver como la creación es mal-tratada, algo parecido a echar margarita a los puercos.

            Eran tantas las maravillas que pude  contemplar bajo este árbol. Y descubrir la razón y realidad del eslogan del cinturón verde “corta o taladra un árbol y siembra dos”. Las flores a su vez con su belleza y su fragancia parecían afirmarme esta obra maravillosa de Dios. Las petunias con su perfume fuerte y sus colores brillantes, las rosas muy elegantes y muy entregadas a despojarse de su dulce aroma, las margaritas, las hierbas verdes, los claveles con su color blanco, rosa y rojo, los lirios, la violetas con sus manteles de colores preciosos, la lavanda que en pleno sol resucita a los muertos. En fin un sinfín de colores, de aromas amorosos y de belleza; todos, todos parecían trabajar armónicamente para alegrar el día, alabar a su Creador y llenar la atmósfera con su fragancia.

     ¿Pero cómo puede ser que pasara tanto tiempo sin descubrir esta belleza? Todo me comunicaba algo, las plantas de agradecer siempre, las flores su desprendimiento, los animales su ternura y humildad…los árboles frondosos y robustos su entrega a los más débiles. Eran tantas las lecciones que me parecía poca cosa ante tanta belleza.

            El día pasó tan rápido que ya entrada la tarde los bosques espesos se alegraban de ver llegar sus hábitats mientras otros salían a rondar la noche para la caza. Se ven llegar avestruces y de pronto bambolean hacia una acacia. Un grupo de gacelas pasan saltando elegantemente después de divisar un peligro como puede ser una leona hambrienta. Todo es armonía. Algunos pájaros sabios ya avisan el paso de un elefante, señores que al pasar dejan huella de tamaño de un plato y una manada de cebras se ven tornar el camino por donde caminaban, posiblemente porque huelen el peligro. Ya casi no se ve nada por las tinieblas que poco a poco van creciendo como un volcán en proceso de erupción.

…Y después de rezar y cenar junto a mi familia, me vi forzada a dormir profundamente por tanta atención que había prestado en todo el día. La creación siguió con su música callada y yo personalmente tomé una lección que me ha edificado mucho y me ha hecho valorar todo lo que me rodea. A sabiendas de que todo y desde cualquier parte del mundo nos comunica la presencia de Dios, de su amor, de su sabiduría, de su ternura....y bajo ningún pretexto el hombre debe pasar de largo esta verdad, esta Presencia.

            Que estamos llamados a cuidar a nuestra madre tierra y no pretender ser dueños de ella.

            Es de mucha importancia hermanos muy amados observar atentamente lo que nos rodea, sentirnos obligados de ser agradecidos y reconocer la belleza de esta obra maravillosa, que tenemos entre manos, desde el movimiento de una hoja hasta el cantar del pájaro.

      Y llegados a este conocimiento no dejaremos de contemplar nuestros pasos, el estado de nuestra vida y el valor que le damos a la dignidad humana tanto en su pobreza como en su riqueza.
No dejaremos de ser responsable y seguir con todo empeño haciendo realidad y perdurable
 esta orquesta  universal.


GRACIAS SEÑOR POR TODAS TUS CRIATURAS.

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