Hermanos muy amados en el Señor os saludo paz y bien,
Hoy
comenzamos un nuevo año litúrgico, el Ciclo A, el primer domingo del adviento.
En la coronación del Año C en el domingo pasado festejábamos la Solemnidad de
Jesucristo Rey del universo. Una Solemnidad que nos invitaba a confrontar
nuestra vida cristiana y a poner nuestro
ser y empeño en el mismo camino del Señor, viviendo la misma suerte que Él, así
completando su pasión aquí en la tierra. Tomar conciencia de que este tesoro de
conocer a Dios lo llevamos en vasijas de barro pero con su fuerza nos encontramos
fuertes ante cualquier dificultad.
Pues
bien al comienzo de este nuevo Año litúrgico que nos pone ante nosotros la
alegre espera del Señor podíamos caer en la tentación de pensar, ¡En este mundo
que nos toca vivir, un mundo de inmediatez, un mundo en el que la persona
humana necesita todo ya, pero ya, consumista, individualista, un mundo muy
artificial y además que ofrece muchas ofertas, en este mundo realmente hay
esperanza! Pero hermanos es en este mundo en el que Dios se digna venir pronto,
pero muy pronto. Es en este charco digamos así vulgarmente en el que Dios se
digna bajarse para mezclarse con esta
humanidad podrida. Y, en este mundo aunque haya miles y miles de ofertas que nos
hacen perder nuestra meta si no estamos lo suficiente listos, en este mundo y precisamente
en el corazón de cada ser humano permite Dios que haya un vacío insaciable, una
sed que no la colma cualquiera cosa. Llámenla riquezas, honores, grandezas
humanas, el conocimiento del mundo “del dedo con las nuevas tecnologías”,
llámenlo como quiera. Nada hermanos mío, nada puede llenar este vacío si no es
por la experiencia propia de la redención que todos poseemos y al mismo tiempo
esperamos en plenitud. Quizá sea una sed que podemos saciar tal vez con esta
espera gozosa que anuncia este tiempo litúrgico, el adviento, es decir, la
venida de Cristo.
Y
para que nuestra espera no carezca de sentido, hace falta despertar en nuestra
conciencia adormecida por los poderes de este mundo, que nuestra espera consiste no es esperar
regalos, cosas, sino a Alguien, a una persona con nombre propio. Si llegamos
a convencernos esto lo demás vendrán por añadidura.
¿Y qué hacemos cuando esperamos a alguien
importante?
Limpiamos
y ordenamos nuestra casa y sobre todo no dejas de mirar el camino por donde
vendría. Incluso el tiempo a su vez parece que pasa más lentamente de lo cual
implica quedarnos muy vigilantes. Algo parecido nos debería de pasar es este
tiempo litúrgico, pero ojo, no vayamos a depender muy mucho en lo exterior sino
en nuestros adentros, en nuestro
corazón. Prepárale el camino que conduce
hacia lo más íntimo de nuestro corazón. Nuestra espera nos tiene que llevar al
encuentro con a Aquel con el que deseamos tratar una amistad amorosa y este ser
es Cristo, Hijo del Dios Vivo.
Esta
espera expectante pero a la vez gozosa, orante y vigilante nos ayudará a
prepararle adecuadamente la morada. Y por fin al haberse dignado entrar en nuestro aposento le diremos
aquella frase famosa, sencilla y bonita “siéntense en tu casa”.
Feliz espera gozosa hermanos y muy unidos en la oración
para que ninguno deje pasar este eterno huésped que nos viene a traer la alegría,
la paz, la justicia, la luz...
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