LLAMADOS DESDE
EL AMOR PARA EL AMOR
Por entonces tendría tres o cuatro
añitos, y era tan traviesa como todas las
niñas de mi edad. Los juegos con mi “pandilla” era lo que más me gustaba y sobre todo cuando
nos reuníamos para escuchar los cuentos
de la abuela paterna. Me acuerdo de aquellas noches, contemplando las estrellas
que brillaban como la arena bajo el sol, alrededor del <<hermano
fuego>>, con mis primos y escuchando muy atentamente la voz de la abuela
para que no nos escapara ninguna de sus palabras, llena de sabiduría. ¡Qué
escenarios más bonitos mirando a aquella mujer que nos edificaba con sus cuentos! Y nosotros con esas caras
iluminadas de satisfacción al mirar los
gestos de la abuela…ya que se convertía ella misma en un cuento… ¡que bella
experiencia! Hasta hoy resuena en mí claramente aquella experiencia…ah y, sobre
todo el famoso cuento “Fátima y la
fantasma” que nos enseñaba la obediencia y las consecuencias de la
desobediencia. Eran noches inolvidables y noches de sabiduría; contemplando
aquella manta de estrellas, que iluminaba más que la luz misma.
Pero, mi niñez también fue muy marcada
por muchas interrogantes, a los que nunca encontrábamos respuesta con mi
hermano pequeño, con el que nos llevamos un año y medio. Nos preguntábamos:
cómo podía salir la voz de nuestros adentros, qué eran las lágrimas, y nos decíamos: ¿tendrá
el cuerpo un río como el que pasaba por nuestra huerta? ¿De dónde viene tanta
agua que cae como lagrimas?, ¿cómo podíamos cantar? ¿De dónde venía esa voz?
¿Por qué papa no podía hablar como
nosotros? ( mi padre es sordomudo y eso nos llamaba mucho la atención). ¿De dónde
los distintos sentimientos? La verdad nos asombrábamos ante tantas maravillas y
la conclusión nuestra era “hay un ser tan poderoso, tan grande, y tan
soberanamente inteligente que había
realizado todo esto. No, no era cualquier ser, no era un ser como nosotros que
somos limitados, era “un ser sin comparación alguna”. Con esa sencillez de los
niños, nos sentábamos bajo la sombra del cinamomo y desde allí hablábamos de nuestras cosas. Así ese deseo de conocer tal
personaje dejó una huella impresa en nuestras pequeñas mentes.
A nuestras preguntas, aunque no
formuladas directamente, las contestaba mi madre. Es de agradecer a Dios que
nos bendijo con una madre que supo leer
nuestros interrogantes y procuró hacernos más conscientes de “Ese Ser”; nos
condujo a las puertas de la Iglesia y nos enseñó a amar a Dios en nuestros prójimos.
La iglesia era nuestro lugar más añorado
como el de todo cristiano en África (y hablo de África porque es el lugar del que
más conozco sus costumbres – lo que más sorprende para no decir lo más “raro”
es que un cristiano no se presenta a una
iglesia en Domingo, porque los Domingos son días dedicados plena y
absolutamente a Dios, sin más).
¡Cuánto deseábamos que llegara el
domingo para despertar a las seis de la mañana y no para mirar dibujos
animados, ni para charlar, ni para contestar
el “WhatsApp”, ni para coger nuestro “Tablet”
o para escuchar música, sino para ir a
la Escuela Dominical, a cantar, a bailar, a escuchar la palabra del
Señor, a encontrar con los amigos y sobre todo a salir al altar para ofrecer a
Dios nuestras peticiones, nuestra acción de gracias, para pedirle perdón por lo
que hubiéramos fallado en nuestras casas
o por pelearnos con los alumnos en la escuela!
Mil gracias les doy
siempre a mis padres que me señalaron este camino tan vital y tan bonito desde
una tierna edad, por desvivirse para que
sus hijos vivieran lo mejor posible, y educarnos a que Dios sea el centro de
nuestra vida, fuere lo que fuere nuestra opción de vida. Tuve una madre que
supo reunirnos todas las noches para la acción de gracias a Dios y para
encomendarnos a él durante la noche y que también supo madrugar para que nos
guiara a empezar el día con la señal de la cruz y para encomendarnos al cuidado
de Dios durante el día. La falta más grande y más dolorosa para mis padres es
no ir a la Iglesia para la celebración
de la Eucaristía y la de no atender a la oración de la tarde.
Ésta, amados en Cristo, es la más
preciosa y valiosa educación que pude recibir de mi propia casa y que lo llevo
muy adentro de mi corazón y estoy muy agradecida. No olvido la mirada ensanchada de
la fe que la Iglesia me regala y a muchas otras personas que Dios puso en mi
camino para que me ayudaran. A todo ellos les recuerdo con mucho cariño y
afecto.
Como veis fueron contestadas mis muchas preguntas. Mi madre me señaló a ese
Ser tan poderoso y sobre todo tan amoroso. Me hizo entender que Cristo dejó
impreso su huella en la persona del otro, muy grabado en el fondo del corazón
de cada hombre y mujer. Que Dios con entrañas misericordiosas nos hermanó a
todos en la persona de su Hijo Jesús, de tal forma que ya nunca nos puede
separar, ni el color de nuestra piel, ni la raza, ni la nación, ni las lenguas
etc.
Me hizo saber con fuerza que él (ese ser
tan grande) no me obliga a seguirle, sino que yo tengo la libertad de elección
pero con clara conciencia de lo que nos proclamó el evangelio del Domingo
XXI<<entrando por la puerta estrecha>>, sabiendo que la salvación
es de Dios pero que me exige cierto comportamiento, mi cooperación con él de
tal forma que si yo necesito esa salvación debo acoger su invitación, no porque
Dios sea un “caprichoso” de “tú me das, y yo te doy” sino porque él me quiere
responsable también de las decisiones tomadas en vida.
Mi madre me enseñó a abrir mi corazón a Dios y a combatir
valientemente todo aquello que me aleja de asemejarme más a Cristo: mi pecado y
todo lo que no corresponde a ese amor entregado por Cristo desde la cruz. Ella,
me hizo comprender que yo no era, ni ninguno de sus hijos, ni ninguna persona viviente
“un accidente” en este mundo, que Alguien nos creó a todos por algo, para que
existiéramos para siempre, que ese Alguien necesitaba y deseaba plenamente mi (nuestra)
relación con él desde cualquier vocación que eligiera, que yo pertenecía a una
familia aún más grande que la de mis padres y de mis doce hermanos; la familia de Dios, y nada menos que
ser como su propio Hijo, Jesucristo, servirle y hacer realidad su proyecto
sobre mí en este mundo. Este al fin seria el gozo y la alegría de Aquel que me
había pensado desde siempre, desde que me formé en el vientre de mi madre.
Este fue y es mi gozo de tener unos padres que
me desearon lo mejor en este mundo: me informaron, instruyeron, enseñaron y me dejaron decidir mi camino con plena
libertad.
Seguí creciendo y admiraba la vida
llevada por los que se habían entregado a Cristo, me gustaba mucho escucharlos
y verlos tan entregados y poquito a poco esas ganas de entregarle toda mi vida al
Señor, fueron cada vez mayores e incluso le pedía que me concediera servirle en
su viña a pesar de mis debilidades como aquellos hombres y mujeres, que en su
vida sin decir casi nada decían todo.
Por el camino me encontré con muchas ofertas
que a su vez me ofrecía otros caminos de alcanzar la felicidad: tener un trabajo
y ganar mi dinero, encontrar a un buen novio y casarnos para toda la vida,
estudiar y alcanzar grandes conocimientos etc. y no sé si por casualidad o porque esto formaba también parte
de mi crecimiento personal, al terminar mis estudios, todas estas ofertas las
tenía en mi mano, solo faltaba una cosa, dar el sí por mi parte, y yo tenía muy
claro que con ello tendría una seguridad cierta en mi vida, y ya no tendría que
depender de mis padres.
Pero los caminos del Señor son distintos
y puedo decir sin ningún pudor que ninguna de esas ofertas daba satisfacción a
mi corazón, yo sentía un vacío que ni una ni todas esas cosas juntas podían llenarlo, yo deseaba un amor más
grande, y sin duda lo tengo y lo poseo, del Rey del universo, un amor más
sabroso, un amor sin fingimiento, y solo podía ser de Aquel que murió en la
cruz por mí, un amor que nunca falla
aunque yo le fallare mil veces.
En las vacaciones cuando no teníamos
clases me iba con grupos de voluntarias para ayudar a gente mayor o niños
desfavorecidos, o simplemente visitar a enfermos en sus casas, ya que esto es
muy de costumbre en mi Iglesia local: Dedicarle un tiempo a quien te necesite. Trataba de frecuentar
todos los encuentros que preparaban en la iglesia tanto de los maestros de las
escuelas dominicales en la Diócesis, como juveniles. Trabajábamos mano a mano
con otros jóvenes de otras iglesias, dado que esto estaba muy organizado para
que los jóvenes no nos perdiéramos en nuestro camino de fe. Habrá quien se desvíe de este camino pero es
porque lo ha querido y yo personalmente me sentía con una gran responsabilidad por
mi fe y la de los demás jóvenes que trabajábamos juntos. De ahí han salido
buenos y felices matrimonios, sacerdotes y religiosos ejemplares, en fin, gente
buena que han ofrecido su vida sirviendo en la Iglesia y en la sociedad en
distintas profesiones. Fue y es una idea que realmente que nos ayudó y ayuda
mucho a los jóvenes. Es para mí una verdadera alegría cuando me comunico con
muchos de ellos y me cuentan lo felices que son; con dificultades; pero que
saben ponerse en las manos del Señor, y que saben solucionar sus problemas a la
luz de la fe, esa fe que nos enseñaron de tiernas edades y que hemos ido
cultivando día a día.
Yo quise finalmente LIBREMENTE y CONSCIENTEMENTE,
(y hago mucho hincapié en este punto, ya que hay quien piensa que los
extranjeros en los conventos fuimos secuestrados, no sé de qué forma) servir al
Señor separándome del mundo para estar más en contacto con él a través mi
oración.
No perdí mucho tiempo pensándolo porque
ya ardía mi corazón al pensar que ese Alguien tan importante, <<el más
bello de los hombres>> me esperaba. Abandoné un trabajo muy bueno, ya
traía conmigo mis estudios, dejé mis amigos, mi tierra querida de Kenia y cómo no a mi muy querida familia.
Aun me resuenan muy vivas las últimas
palabras de mi madre <<hija estamos
muy contentos por ti, por tu elección de vida aunque nos duela la separación. Pero vete, entrégate
a Dios sin mirar hacia atrás y nunca se olvide de nosotros, como nosotros de ti>>
y se le cayeron las lágrimas. Era una separación dolorosa, un partir sin saber
si volveríamos a encontrarnos algún día pero la fe nos lo prometía, si no pronto,
más tarde. Partí de mi pueblo con una sola certeza que la tengo hasta el día de
hoy “Dios me llamó pues él se dispuso a ocupar mi lugar en casa”. Salí sin
saber nada de lengua castellana, sin saber por dónde estaba España pero con
mucha confianza de llegar y realizar mi servicio de entrega al Señor, y esa
confianza me trajo hasta aquí a España en estas tierras Andaluzas de Belalcázar “el pequeño rinconcito del
cielo” (así lo llama la gente que lo conoce) con mis once lindas hermanas que
día tras día nos dedicamos con solicitud y empeño a seguir las huellas de
Cristo, tras el carisma y testimonio de vida dejado por nuestros muy queridos
fundadores y hermanos nuestros, San Francisco y Santa Clara de Asís. Soy muy
feliz y estoy muy contenta sirviendo al Señor en esta su viña a pesar de mis
debilidades, pero siempre recordando las palabras de nuestra hermana y madre Clara
en su IV Carta a Inés de Praga << ¡Llévame en pos de ti, correremos al
olor de tus perfumes oh esposo
celestial! Correré, y no desfalleceré, hasta que me introduzcas en la
bodega hasta que tu izquierda esté debajo de mi cabeza y tu diestra me abrace
felizmente, hasta que me beses con el ósculo felicísimo de tu boca>>.
Dios nos llama y nos sigue llamando a
seguirle, intentemos no hacer oídos sordos porque él no grita, su voz es muy
suave y muy dulce y muchas veces pasa sin ser percibido. Yo personalmente les
diría a los padres y les exhortaría a no echar la gracia de Dios en saco roto;
los hijos son una gracia inmensa de Dios, él nos los confía; eduquémosles pues a
poner a Dios en el centro de su vida, a abandonarse en manos de Aquel que ama y
corrige sin herir, a alimentarse con su Palabra. Démosle esta fe que hemos
recibido de otros y nunca nos avergonzaremos ni de nosotros mismos, ni de
ellos.
Que Dios les bendigan a todos. Paz y
Bien.
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